EL ÚLTIMO PASO
Amanece. Con sumo cuidado abre la persiana de la habitación mientras la claridad subyugante conquista el espacio tenue para llenarlo de vida. Es esa sensación lumínica la que le produce la mayor contradicción.
No se atreve a mirarlo. Le escucha respirar con dificultad, con aquellos estertores profundos y débiles. Se acerca a la cama e intenta erguirlo. Cada día le cuesta más pese a que cada jornada aquel fardo de huesos y piel empobrece y empobrece.
Hoy volverá a ser otra oportunidad. Se lo había prometido. Le aseguró que no le dejaría irse en aquel frío hospital. Le juró que no permitiría que perdiese la dignidad. Le garantizó que le ayudaría a marchar cuando él supiese que era todo imposible…
Y ha cumplido su palabra. Pero no le mira a los ojos. Se acerca a la jeringuilla cargada que está sobre la mesilla de noche. Frota con un algodón el pequeño trozo de piel que puede encontrar en aquel brazo vacío de vida. Clava la aguja y con sumo cuidado inyecta el líquido que contiene. Nota como el cuerpo se contrae. La morfina comienza a hacer su efecto. La respiración se hace más lenta.
Es ahora cuando se atreve a mirarle a los ojos. Le sonríe. Y comienza a hablarle, mientras que con un paño húmedo le lava la cara y el torso desnudo y encogido.
Le ha vuelto a mentir. Hoy tampoco toca irse. Tiene tantas cosas que contarle, tantas cosas. No cesa ni un instante de hablarle, de sonreírle profundamente mientras lo limpia. En ocasiones se le escapa alguna lágrima.
Después le arregla la cama y es, en ese preciso instante, cuando observa las otras jeringuillas de Midazolam y Propofol. Eran las que le hicieron llegar junto al Documento de Instrucciones Previas que se establecían en el Testamento Vital.
Ha cumplido su palabra. Sólo le queda ese último paso. Pero hoy tampoco será. Tiene tantas cosas, tantas cosas que contarle.