jueves, 29 de diciembre de 2022

GASPAR

Quién me mandaría haberme apuntado a esa historia. Vale, es cierto. Estoy comprometido con la educación de mis hijos y, por el horario de mi mujer, soy yo el que dedica más tiempo a los niños. En ese sentido tengo que reconocer que ser funcionario nos ayuda mucho. 

Siempre hemos valorado mucho el núcleo familiar. Cuando nació Antón todo parecía sencillo, pero cuando vino Carmen todo se complicó. Mi mujer, Sara, ha empezado a dedicar muchas horas a la oficina. Es cierto que su ascenso ha mejorado nuestras condiciones económicas. Pero llega muy tarde a casa. Y especialmente ahora. Hay días que ya no soy capaz de esperarla despierto.

No es nuestra mejor etapa. Supongo que derivado de no vernos, de no compartir casi nada. Pero todo va a a mejorar en cuanto crezcan los niños.

Pero no sé porque me he dejado líar en esta historia. Cierto, colaboro con la Asociación de Padres del colegio y tengo buena relación con los tutores de los niños. Supongo que soy de los pocos padres, hombres -sin que tenga ninguna relación sexista mi comentario-, que suele estar por allí. 

Cuando Alfredo, el coordinador de extraescolares, me llamó no supe decir que no. Necesitaban un Rey Mago. Y yo, lo tengo fácil. Soy pelirrojo. No hay muchos pelirrojos, altos y parecidos al rey Gaspar. 

Y aquí estoy. Haciendo de Rey Gaspar, junto a un negro muy majo que se llama Fallou y que  pertenece a una ONG que colabora con el cole y junto a Andrés, un antiguo profe del colegio que se jubiló hace ya diez años.

Aquí estoy. Ser Gaspar es fácil. Todo el mundo adora a Melchor o a Baltasar. Gaspar pasa inadvertido. Soy como el dato inútil. 

Pero ahí está. Lo observo en la fila de niños que esperan para entregar sus cartas. No para de mirarme. Enseguida lo reconozco. Es Dani, el hijo del compañero de trabajo de mi mujer. Alguna vez hemos cenado juntos y los niños han estado en casa. Es verdad que últimamente apenas los vemos... Los horarios, lo hacen imposible.

No para de mirarme. La fila se acorta. Se acerca. Y despreciendo a Melchor, se sube a mis rodillas. Trae su carta escrita y dibujada. 

Le sonrio. Intento que no me reconozca.

No lo hace. Me mira. Le pregunto que quiere que le traigamos los Reyes Magos.

Me vuelve a mirar. Sólo me dice que quiere que su papá deje de besar a la mamá de Antón y Carmen...



UN REGALO

Se había empeñado en regalarme algo. Para ella era esencial hacerlo. Era casi una obligación. Una deuda infinita de gratitud. Esa necesidad imperiosa de atender lo esencial, lo básico, lo imprescindible…

Todo en ella era así. Nunca conocía límites en la generosidad, en la entrega, en la devoción. Supongo que la habían educado de esa forma aunque yo creo que ese tipo de gente viene determinado por el azar y el destino. Creo firmemente que el Universo, siempre sabio, se organiza y dispone, a su arbitrio, los destinos de aquellos que lo pueblan. Y reparte los dones, las poderosas virtudes de la bondad, de la forma que considera para mantener esa concepción general del mundo. Y el orbe sobrevive –algunos se otorgan el privilegio de ser los gestores de esa supervivencia- gracias exclusivamente a esos corazones nobles que el destino repartió por el planeta y que ayudan, en el anonimato, a mantener la esencia de lo fundamental.

Ella es una de esas elegidas.

No sé aun la razón. Nada de ella merecía. Pero el azar, caprichoso, embota las mentes más prefectas y les hace creer que tienen dependencias. Ella insistía en que tenía necesidad de regalarme algo. Tenía una urgente necesidad. Y me dio su imagen como el amanecer regala a la mañana la salida del sol.

Puede que el tiempo se acabe. Es cierto que cada día el destino nos aleja un poco. Pero yo ya sé que nunca volverán a existir veranos tristes… Ella, aquella tarde de julio, vistió de belleza plena el estío. Y con su belleza se quedó huérfano el Universo de motivos para asombrarse, pues todos, absolutamente todos los ojos, quedaron atados, para siempre a su figura.

Se había empeñado en regalarme algo… y ella nunca sabrá que me regaló la perfección.

 

SIN TERAPEUTA

 Joder... Me lo dijo. Yo se lo estaba explicando. Y parecía no hacerme puto caso.

Me había quedado sin amigos para hablar de los partidos de fútbol. Mi Depor se hundía y yo ya no tenía con quien derramar lágrimas, con quien discutir de las alineaciones, de la táctica, de la política de fichajes.

Mi mujer me había abandonado. Ella decía que preocupada por mi carácter violento, pero yo sabía que era por ese compañero de trabajo con el que tomaba café todos los días a las 11. 

Joder... el insistía en negar lo evidente. Yo se lo estaba contando. 

Le había también contado lo de mis padres. Que se negaban a abrirme la puerta. Es cierto que un día discutí con mamá y que empuje a papá. Pero fue aquel día tan triste. Yo no me encontraba bien. Todos gritamos. Todos perdimos los papeles. Desde aquel día no me abren la puerta. No me cogen el teléfono. No quieren saber de mí.

Incluso en el trabajo todo va mal. Hoy el jefe me ha comunicado que no me renueva el contrato. Que tengo un carácter difícil, que no le hablo bien a los clientes.

Ellos no me entienden. Se lo estoy contando...  y él... ¡joder!... tampoco lo entiende. Le insisto en que es culpa de los demás, que yo no soy violento, que no son capaces de ver lo que hay en mí...

Joder... insiste en que debo de acudir a un psiquiatra... que él, como psicólogo terapeuta, no es la persona más adecuada para ayudarme.

Joder... se lo estoy explicando... pero... tanto título colgado de los muros de su despacho y es igual a los demás. No me valora.

Me voy... me he quedado sin terapeuta... el yace en el suelo, en un charco de sangre... 


Y seguro que la policía dirá que es culpa mía. Pero fué él quién se lanzó sobre la navaja.

CRUEL

CRUEL

No me puedo imaginar a nadie tan cruel. Ella era dulce, generosa, alegre. Todos la queríamos. Todos los vecinos la adorábamos. Tenía una sensualidad evidente, llamativa, y llenaba de luz cada espacio que ocupaba. Era impensable hacerle daño a Yessica.

Había desaparecido hacía dos días. Nadie sabía nada de ella. Hoy se hacía la batida por el bosque. Ese bosque que yo conocía tan bien y en donde había pasado tantos momentos de caza. De hecho, había construido un pequeño galpón, en una zona casi desconocida y perdida, con material viejo de deshecho. Allí guardaba algunos aperos y pequeñas cosas que me podrían ser útiles. Además me gustaba, en verano, pasar noches allí. La soledad del lugar me inspiraba y calmaba esa ansiedad que yo siempre tenía y que me consumía por dentro.

Nos habían citado al amanecer en el campo de fútbol a todos los voluntarios del pueblo que quisiéramos participar de la batida que iba a rastrear el monte dónde podía haberse perdido. Me sorprendió la inmensa cantidad de gente que allí se encontraba y, en seguida, me di cuenta de lo mucho que se apreciaba a aquella chica. Yo también la quería. La admiraba y para mi era un aliciente verla cada mañana bajar las escaleras del edificio que compartíamos con esa singular sonrisa que transmitía tanta paz.

La Guardia Civil nos fue organizando. Nos entregó unos brazaletes de colores y nos dividió en grupos a los que se les asigno una zona. Esos grupos, a su vez, se iban subdiviendo en parejas que no debían separarse más de cinco metros el uno del otro con el objeto de mantener siempre revisado todo el entorno. Insistieron en varias ocasiones que convenía rastrear zonas más pequeñas pero completamente analizadas. Cada grupo de 8 voluntarios llevábamos un silbato y además debíamos tener los móviles conectados. También nos advirtieron que si encontrábamos el más mínimo indicio avisáramos rápidamente a las Fuerzas de Seguridad y Protección que iban acompañándonos.

Tras varios minutos de instrucciones, nos fueron desplegando. Yo llevaba el brazalete amarillo –no me gustaba ese color- pero era el grupo que me había correspondido. A mi lado, a izquierda y derecha, dos señoras a las que yo no conocía. Debían de vivir en la parte nueva y por su forma de vestir supuse que trabajarían en la ciudad. El pueblo se estaba convirtiendo en lugar dormitorio de la capital cercana.

Realmente parecíamos un ejército a la conquista del bosque. Observé a ambos lados y formábamos una multitud. E iniciamos la marcha.

Mirábamos para el suelo, siguiendo fielmente las instrucciones que nos había dado. Íbamos avanzando lentamente pero con constancia. La frescura de la mañana fue mutilada por los rayos de sol que comenzaban a apretar con fuerza. Me quité la sudadera y me la até a la cintura. Miré a mis acompañantes; seguían aproximadamente a la misma altura que yo. Agradecí llevar las botas de montaña pese al calor que comenzaba a apretar. El bosque esconde cientos de dificultades que no te facilitan el camino. Habían pasado dos horas –casi el límite de tiempo que se había puesto para esta primera parte- cuando, en la distancia, me pareció observar algo al lado de unas rocas. Sin dudarlo comencé a correr, aunque la señora de mi izquierda me gritaba recordándome que no debíamos correr. Pero no pude impedirlo, tenía un presentimiento. Un terrible presentimiento.

Cuando llegué al lugar me quedé paralizado. Allí estaba el cuerpo de Yessica, incluso era fácil reconocerlo por esa blusa de margaritas que tantas veces le había visto. Las ropas estaban rasgadas. Me giré para verle la cara y aquello si que me paralizó. Tenía completamente destrozada la cabeza, ensangrentada y abierta, y los ojos eran irreconocibles. No podía moverme. En ese momento llegó a mi lado una de mis acompañantes e hizo sonar el silbato. La otra ya estaba usando su móvil para avisar a las autoridades. Yo seguía paralizado.

En apenas unos minutos había ya una multitud de personas. Todos sabían lo que había que hacer. Todos menos yo. Me fueron apartando del lugar y la policía me preguntó en repetidas ocasiones si había tocado algo. Yo, incapaz de hablar, solo negaba con la cabeza.

Recuero que una persona del Samur me acercó hasta un vehículo y me dio de beber algo de auga mientras me repetía que me tranquilizase.

No era capaz de hablar. Yessica estaba muerta. La habían destrozado. Como alguien podía ser tan cruel. Precisamente ahora. Ahora que yo la había secuestrado dos días antes para cuidarla, para mimarla, para protegerla en el galpón que había adecentado, limpiado y embellecido para ella. Precisamente ahora que iba a ser la muñeca a la que yo iba a cuidar eternamente.

No entendía como podía haber alguien tan cruel como para hacer eso. Tan cruel… tan cruel.

 

 

EN SILENCIO

 

 Hoy he encontrado un diario adolescente. Eran tiempos llenos de sentimientos, poca sobriedad y menos sensatez. Tiempos de desencantos. Tiempos de silencio... pero, sobre todo, tiempos llenos de vida.

Diario:

Nadie nunca lo ha entendido. La he llorado en noches infinitas. La he recordado en tantos momentos... Y la he deseado en tantas situaciones. 

Aprendí a quererla en silencio. Como se ama la pena y el vacío de los que se marchan. 

Entendí que debía escribirle en el silencio. Roto y desvencijado de palabras. Escribirle para que ella me leyera, sin que nadie más lo entendiese, sin que nadie lo pudiese comprender.

Y supe que debía dibujarla en los pensamientos difusos, en la niebla de los amaneceres, en los espacios sin dimensiones.

Y la amé... la amo .... la amaré... 

Los años pasan para formar comportamientos, actitudes y regir sentimientos. Sobrios, serenos, adecuadamente sociales. Organizados, éticos, consecuentes. Somos, o al menos intentamos, ser hombres de bien.

Pero que hermoso era sentirse así...

Nadie nunca lo ha entendido ni lo entenderá y por eso... solamente por eso...  se aprende a querer en silencio.

martes, 27 de diciembre de 2022

DE GANSOS VA LA VIDA

DE GANSOS VA LA VIDA

Fue preparando una clase. Como tantas veces en la vida. Lo inesperado, lo intrascendente, lo sugerente, lo apasionante… aquello que parece no importar y que siempre pasa desapercibido. Quería cohesionar mi grupo. Seguir trabajando eso que llamamos la identidad colectiva. Algo que parece obviarse. Es curioso… en la era de la globalidad, en el mundo sin fronteras, nos hemos vuelto más individualistas que nunca. Incoherencias del ser humano. Esta especie que parece no evolucionar pese a lo que afirme Darwin.

Fue, simplemente, buscando como mejorar las relaciones entre mis alumnos. Y aparecieron los gansos.

La ciencia ha descubierto que los gansos vuelan formando una V porque cada pájaro bate sus alas produciendo un movimiento en el aire que ayuda al ganso que va detrás de él. Volando en V la bandada completa aumenta por lo menos un 71% más su poder de vuelo, a diferencia de que si cada pájaro volara solo.

Cada vez que el ganso se sale de la formación y siente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de volar solo y rápidamente regresa a su formación para beneficiarse del poder del compañero que va delante.

Cuando el ganso que va en cabeza se cansa, se pasa a uno de los puestos de atrás y otro ganso o gansa toma su lugar.

Los gansos que van detrás producen un sonido propio de ellos para estimular a los que van delante para mantener la velocidad.

Cuando una gansa o ganso enferma o queda herida, dos de sus compañeras se salen de la formación y la siguen para ayudarla o protegerla. Se quedan con ella hasta que esté nuevamente en condiciones de volar o hasta que muera. Sólo entonces las dos compañeras vuelven a la banda o se unen a otro grupo.”[1]

Y entonces, pensé en inteligencia, en cooperación, en interés mutuo, en solidaridad, en compañerismo, en objetivos comunes, en amor compartido, en apoyo, en estímulos para y por los demás… y comprendí que somos muy poco gansos.

O que la vida nos ha enseñado a despreciar a los gansos simplemente para alimentar la sinrazón, el desequilibrio, el egoísmo y la desigualdad.

¡Que bien nos iría de ser algo más gansos!

 



[1] https://colaboraeducacion30.juntadeandalucia.es/educacion/colabora/web/172925gt502/inicio/-/blogs/dinamica-el-vuelo-de-los-gansos-