IRONÍA
Todos solían reír a carcajadas cuando pronunciaba, como arrastrando las palabras, aquella impactante expresión:
-En serio. Es un auténtico milagro que yo siga con vida.- y tras el silencio de todos, sonreía y brindaba señalando con su whisky a todos los contertulios. Sin dar tiempo a que nadie comentase nada, y entre la sorpresa general, añadía – Soy el único ser humano sobre la tierra que vive sin corazón.
Era entonces, cuando al silencio sobrevenía la carcajada general, las chanzas, los chascarrillos. Él también acompañaba aquella alegría. Sonrisa amplia, golpes en su pecho izquierdo, y manos vacías… y una mirada preñada de nostalgia que no encajaba en la alegría general de la reunión.
Tras esto, muchas otras bromas. Era un buen conversador. Y un excelente anfitrión. Y las tertulias en el jardín podían prolongarse horas, hasta que su hija retiraba las botellas de alcohol que bien sueltan la lengua a todos.
Aquellas reuniones se hicieron famosas por el profundo humor y alegría que las presidía y caracterizaba. Los atardeceres se hacían inmensos y rebosantes de jocosas reflexiones llenas de ironía y sagacidad.
Pero no era todo hipérbole en el discurso. Realmente, él si había perdido el corazón. Lo había perdido una tarde de otoño. Había sido un momento hermoso, muy hermoso, cuando el otoño empieza a llamar a las puertas del invierno y algo inexplicable sucede. No notó inmediatamente su ausencia, pero si como una querencia inevitable a la huida. Lo recordaba perfectamente. En su lugar, ahora, solo sobrevivía un órgano cuya función era simplemente bombear sangre, un puro artilugio mecánico.
Su corazón –entregado, o robado, o perdido- nunca había regresado y ahora, simplemente, sobrevivía como podía con la ironía y la burla, acompañado por otros que quizás tampoco tuviesen corazón pero eran tan imbéciles que ni se habían dado cuenta de su pérdida.
No debemos obviar que también le ayudaba a seguir sobreviviendo y respirando ese artilugio formado por dos aurículas y dos ventrículos, separados por un tabique central llamado septo y con venas y arterias que permitían introducir y sacar la sangre hacia las diversas partes del organismo. Pero aquel musculoso conjunto repleto de válvulas (mitral, tricúspide, pulmonar, aórtica) y hojuelas diversas, al que todos daban una importancia exagerada y se empeñaban en llamar corazón, no era más que un mero artilugio que le permitía sobrevivir... pero no vivir.