sábado, 27 de abril de 2024

CON NOSOTROS

 

CON NOSOTROS

Una calavera. Solo es una calavera.

No hay motivo a tanto escándalo. Solo es una vieja pero limpia calavera.

Es cierto que, al lado de los calzoncillos y junto a los calcetines de casa, no resulta el mejor y más adecuado lugar para guardar aquel objeto. En eso, puede que tengan razón.

Pero aun así, no hay motivos para montar aquel follón.

Mamá, descompuesta y alterada, sumida en un ataque de nervios. Papá insistiendo en la gravedad del asunto y creando un enorme alboroto, con su discurso inclemente, severo e inflexible. Y mi hermanita, asombrada con sus ojos de lechuza, no para de mirarme entre lágrimas e inquietud.

Pero solo es una calavera. Como quién tiene un osito de felpa, un peluche o una mascota. Una dulce calavera.

Está claro que no lo entienden. Tanta unión familiar, tanto proclamar que éramos una piña… y no lo entienden. Nunca me han comprendido. Nunca

Por lo tanto, evitaré decirles lo mucho que me costó desenterrar a la abuela para que siguiera compartiendo con nosotros tantas cosas. 

¿QUÉ MÁS COSAS ME CUENTAS?

 

¿QUÉ MÁS COSAS ME CUENTAS?

La mira absorto mientras le habla. Ella sonríe, gira la cabeza, y sus ojos vuelan de su rostro al entorno. Le narra sin límites y con todo lujo de detalles, arrebatada por un profundo entusiasmo, un sinfín de anécdotas de su nuevo trabajo. Las palabras brotan a raudales, sumergidas en un torbellino infinito de alegría, y la vivacidad de su rostro luminoso inunda la tarde para llenarla de magia.

Sin tregua, con exceso y profusión, une los temas y las cuestiones. Solo deja de hablar, momentáneamente, para refrescar sus labios con la copa de vino blanco que le han servido. Y la conversación gira hacia otras cuestiones.

Pero realmente no le importa. Hace mucho tiempo que ha dejado de escucharla. Hace tiempo que no la oye, que no es capaz de seguir su relato, de atender sus palabras. Hace mucho tiempo que se ha sumergido en su delirio, en la grandeza de su belleza, en la icónica atracción de su imagen.

Y aunque intenta regresar a la realidad no es capaz de lograrlo. Está preso de ella. Completamente sumido en la total fascinación, inmerso en el magnetismo que irradia, atónito y cautivado por la perfecta seducción, y ya no intenta buscar una salida. Sabe que va a ser eternamente esclavo de ese magnetismo y que nunca podrá ser capaz de escucharla.

Por eso, sabedor de que ya no es él, recurre a lo aprendido socialmente. Y devuelve las sonrisas, Y hace movimientos afirmativos con la cabeza de forma mecánica. Y aspavientos de admiración y asentimiento. Muecas continúas, demostraciones plenas de arrebatadora alegría, gesticulaciones que ayuden a continuar la conversación.

Pero él no está allí. Está ahogado en el afecto y la emoción. Arrastrado y cautivo por la magia de aquella figura que lo posee plenamente, que lo domina subyugado y seducido.

Y es en ese momento –mientras se encuentra dulcemente entregado al sentimiento y sin entender el discurso pues las palabras no pueden romper las dulces ataduras de la sumisión emocional- cuando se produce el silencio…

Y cómo si fuera un estertor último de la supervivencia, un intento vacío por la salvación, surge de su boca:

-Y, ¿qué más cosas me cuentas?

Y de nuevo, vuelve a hundirse en la pasión sumisa del silencio y del dulce sosiego que le provoca tanta perfección.  Vuelve a entregarse a ella, a ser cautivo y siervo de sus encantos…

Y en la escasa lucidez que aun sobrevive piensa en las frases que debe traer ensayadas para el próximo día.    

 

 

domingo, 31 de marzo de 2024

COMO PAPÁ

 

Se llama Juan, como papá.

Lo he conocido hace veinte días. Traía a mamá en el coche a buscarme a Taekwondo. Fue el mismo día en el que a ella le llevó el coche la grúa. Lo dijo cenando en casa. Algo de la batería o las bujías.

He vuelto a verle el otro día. Mamá me recogió en Teatro y coincidió con él en el supermercado cuando íbamos a coger unas pizzas. Han estado hablando mucho tiempo. Y se miraban a los ojos de forma muy graciosa, y se reían y hubo un momento -cuando mamá me mandó a buscar helado de Stracciatella- en el que los dos se cogieron las manos.

Cuando regresamos a casa, mamá iba muy contenta y no paraba de cantar las canciones de la radio del coche.

Solo sé que se llama Juan y que mira a mamá como la miraba papá hace algunos años.