¿QUÉ MÁS COSAS ME CUENTAS?
La mira absorto mientras le
habla. Ella sonríe, gira la cabeza, y sus ojos vuelan de su rostro al entorno.
Le narra sin límites y con todo lujo de detalles, arrebatada por un profundo
entusiasmo, un sinfín de anécdotas de su nuevo trabajo. Las palabras brotan a
raudales, sumergidas en un torbellino infinito de alegría, y la vivacidad de su
rostro luminoso inunda la tarde para llenarla de magia.
Sin tregua, con exceso y
profusión, une los temas y las cuestiones. Solo deja de hablar,
momentáneamente, para refrescar sus labios con la copa de vino blanco que le
han servido. Y la conversación gira hacia otras cuestiones.
Pero realmente no le importa.
Hace mucho tiempo que ha dejado de escucharla. Hace tiempo que no la oye, que
no es capaz de seguir su relato, de atender sus palabras. Hace mucho tiempo que
se ha sumergido en su delirio, en la grandeza de su belleza, en la icónica
atracción de su imagen.
Y aunque intenta regresar a la
realidad no es capaz de lograrlo. Está preso de ella. Completamente sumido en
la total fascinación, inmerso en el magnetismo que irradia, atónito y cautivado
por la perfecta seducción, y ya no intenta buscar una salida. Sabe que va a ser
eternamente esclavo de ese magnetismo y que nunca podrá ser capaz de
escucharla.
Por eso, sabedor de que ya no es
él, recurre a lo aprendido socialmente. Y devuelve las sonrisas, Y hace
movimientos afirmativos con la cabeza de forma mecánica. Y aspavientos de
admiración y asentimiento. Muecas continúas, demostraciones plenas de
arrebatadora alegría, gesticulaciones que ayuden a continuar la conversación.
Pero él no está allí. Está
ahogado en el afecto y la emoción. Arrastrado y cautivo por la magia de aquella
figura que lo posee plenamente, que lo domina subyugado y seducido.
Y es en ese momento –mientras se
encuentra dulcemente entregado al sentimiento y sin entender el discurso pues
las palabras no pueden romper las dulces ataduras de la sumisión emocional-
cuando se produce el silencio…
Y cómo si fuera un estertor
último de la supervivencia, un intento vacío por la salvación, surge de su
boca:
-Y, ¿qué más cosas me cuentas?
Y de nuevo, vuelve a hundirse en
la pasión sumisa del silencio y del dulce sosiego que le provoca tanta
perfección. Vuelve a entregarse a ella,
a ser cautivo y siervo de sus encantos…
Y en la escasa lucidez que aun
sobrevive piensa en las frases que debe traer ensayadas para el próximo
día.