UN ANORMAL
UN ANORMAL
Llamamos normal a lo habitual. Pero nuestra normalidad es tan absurda como nuestra monotonía. Acordamos convertir en usual nuestro comportamiento ajustado a la norma establecida, a los parámetros diseñados por ancestrales razones que nadie es quien de justificar éticamente. Aceptamos como usual y ordinario un mundo y una sociedad donde se derraman más lágrimas por la pérdida de una mascota que por los más de ocho mil niños que diariamente fallecen por desnutrición en el planeta. Asistimos diariamente al parte de una confrontación bélica televisada mientras debatimos alegremente con un vino en la mano sobre las posibilidades del Madrid de ganar su decimoquinta Champions.
Es lo lógico. Nos enseñan y nos dirigen a la normalidad. Normal es como debemos vivir, como debemos gastar nuestro dinero, como debemos comportarnos, como debemos sentir… como debemos amar.
Lo frecuente es normal. Nos lo repiten como un mantra sagrado, como un dogma religioso, como una verdad absoluta. Y, en un silogismo irracional y absurdo, pero que todos aceptamos con fe ciega, lo frecuente se regulariza para convertirse en normalidad, y la normalidad adquiere el valor supremo de virtud, y la virtud -derivada de todo ese irreflexivo y enfermizo razonamiento- se traduce y se traslada al ideal estereotipado al cual todos debemos dirigirnos.
Y… ¡loco de ti! que no lo hagas. Y de esta forma, en el camino se pueden enterrar los sentimientos, las bondades, los afectos, los placeres entregados, los sueños idílicos, los amores perfectos, la generosidad extrema, la risa y el llanto. Podemos enterrar todo ello pues nada de eso encaja en lo que denominamos usual y normal.
Una bandera, una patria, una forma de pensar, una forma de comportarse, un sentimiento razonable (nunca excesivo en los afectos), un adecuado ir y venir, un trabajo obligado, unas necesidades impuestas y satisfechas al capital… la normalidad.
Ojalá pudiésemos gritar, escribir, susurrar y mostrar que todo eso es una falacia. Que no nos hace más felices. Que simplemente es un condicionamiento para tenernos más sujetos a un esquema social e ideológico establecido por aquellos que luego viven su normalidad como quieren, pero nunca de una forma normal.
En esas diatribas se encontraba pensando cuando decidió volverse a poner los cascos. Debía regresar a casa. Llevaba muchos kilómetros encima. Realmente llevaba muchos días de duro entrenamiento. Quizás en el sudor encontraba las lágrimas que no se le habían agotado al pensar en el injusto destino que escribía renglones torcidos permanentemente. Llevaba muchos kilómetros en pocas jornadas. Exprimir el físico era una forma de evitar que el alma volase. Miró la carretera. El paso de peatones estaba a casi 400 metros. Estaba muy cansado. Ajustó los cascos. Sonaban “Los Secretos” y su mágica canción “He muerto y he resucitado / Con mis cenizas un árbol he plantado /Su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado /He roto todos mis poemas…” Parecía que el azar jugaba a su favor. Y cruzó la Nacional. El paso de cebra estaba muy lejos… y él estaba ya muy cansado. Solo quedaban 500 metros para llegar a casa. No podía escuchar nada salvo aquella hermosa canción.
Aquella mañana la línea Betanzos-Sada quedó interrumpida. Un atropello mortal. Una tragedia.
El cruce de la carretera Nacional que une Coruña con Ferrol, en la glorieta de “Os Condes” se llenó de vida. Siempre me ha parecido extraño que se llene de vida todo lo que está alrededor de la muerte.
Los clientes que paraban en la pastelería que se ubica en el cruce se dolían de la tragedia. Otros simplemente observaban. Menos mal que hubo uno, una persona normal, que sentenció en su juicio:
-Otro anormal del running. Quieren emular a héroes y son viejos caducos que se juegan la vida cruzando las carreteras.- para añadir, sin dudarlo.- Está claro que están jugando a la ruleta rusa. Yo los prohibía. Como a los ciclistas.
Luego entró en la panadería. Compró una empanada de atún y otra de bacalao y una rosca de anís. Tenía churrasco en casa con la familia y los amigos.Tras la comida, tarde de gintonic y risas. Había que vivir, vivir y disfrutar, que ya cada jornada era bastante dura. Iba a ser un domingo normal para una familia normal.
La anormalidad es normalidad, buenísima la canción
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