UN VESTIDO ROJO

 Como tantas otras noches llegó cansado al sillón. Se refugiaba en él -como dejándose abrazar por la tela  de algodón amarillo- y se entregaba a su comodidad después de un largo día de faena. Una infusión y un wisky. Siempre la misma rutina y siempre la misma monotonía. 

En ocasiones veía la televisión. En otras, simplemente se dejaba adormecer por las palabras de un libro que surgían -delicadas y solemnes- para llenar su mente de imágenes ensoñadoras.

Y dejaba morir el tiempo. Escapar las imágenes en la soledad de la ausencia prevista y aceptada.

Cuando se acercaba la medianoche se dirigía a la habitación. Con cuidado doblaba la ropa y se ponía el pijama y abría las sábanas blancas de la cama.

Sabía que la noche iba a ser larga. Como tantas otras noches cerró los ojos e intentó olvidar. Olvidar su ausencia, imaginarla, soñarla...

Y como tantas otras veces abrió su armario para comprobar que allí estaba. Aquel delicado vestido rojo que ella no se quiso comprar porque aseguró que era demasiado sugerente.

Y como tantas otras noches cerró los ojos y sonrió. Es cierto. 

Era demasiado sugerente... pero que hermosa estaba.

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