PIRULETA
Está claro que ella algo quería. Nadie te regala una piruleta de corazón si no hay un motivo detrás importante. Ella tenía otras chuches: estaban las gominolas de huevo frito, las de coca-cola que a todos le gustan, incluso un par de Sugus de piña (¡los azules!), incluso algunos chupas de cereza.
Pero no, no.... me dio esa. Justamente esa.
Roja, brillante, perfecta.
Dijo que era “por cariño”.
Yo sonreí, porque no supe qué otra cosa hacer. Después la guardé en el bolsillo, como quien esconde una promesa, un tesoro que no pides y que ahora te ves en la obligación de conservar.
Por la tarde, cuando la saqué del pantalón, la piruleta estaba pegajosa, como si hubiera sudado, como si hubiese estado prisionera entre la ropa.
Tenía la forma del corazón un poco deformada, los bordes hundidos... y el palo blanco humedecido.
Por un momento me pareció que latía.
No sé por qué... quizás entendí que no podía seguir engañándome o quizás solamente pensé en la grima que me producía el corazón derretido... pero la tiré al suelo.
Y juro... verdaderamente lo juro, que antes de romperse escuché algo parecido a un hondo suspiro de tristeza y desamor.
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