ESPERANDO

 

TODA UNA VIDA

Ninguna suya. Ni una sola una comunicación más desde aquel apasionado y arrebatado “¿quieres fugarte conmigo?”. Ni una sola noticia en quince años. Los días mustios se habían sucedido y el se había agarrado a la esperanza con la inocencia de un niño a sus sueños. Había aprendido a envejecer ilusionado y cada mañana, después de hacer la cama –pues aunque uno se fugue de casa siempre debe dejar las cosas en orden- acercaba su maleta hasta la puerta y esperaba. Esperaba y esperaba hasta que anochecía y volvía a abrir la maleta y a ordenar la ropa interior, las camisas en las perchas, los pantalones en su lugar, los calcetines doblados, los zapatos en la rinconera. Y, por la urgencia de lo que pudiera acontecer, dejaba la maleta abierta en el lateral del pasillo. Mañana tocaba levantarse temprano, arreglar todo y estar preparado. Acaso mañana ella vendría a buscarlo.

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