SAN VALENTÍN
SAN VALENTÍN
Todos los días de San Valentín repetía la misma cadencia romántica.
Me vestía con mis mejores galas, me acercaba a la floristería de al lado de casa y compraba aquel enorme ramo de ranúnculos y tulipanes. Después, en la confitería, recogía la caja de bombones que ya me tenían envuelta con un gran lazo.
Luego, caminando con calma y sonriendo feliz, sorteaba la calle y los comercios vecinos.
Recorría todo el barrio hasta el comienzo del Ensanche.
Una vez allí me acercaba hasta el contenedor apartado detrás de la parada del autobús y arrojaba las flores y los bombones a su interior.
Más tarde, comía el menú del día en un bar cercano.
Y regresaba a casa, de nuevo, caminando.
Un año más yo estaba dispuesto para el amor que no llegaba.
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