FELICIDAD

 

Sala 7. Internista. Doctor Soldán Botana

Espero en la sala. Hay dos personas delante. Miro mi móvil. La verdad es que he llegado con anticipación. Miro a quién me acompaña en la sala de espera. La chica del vestido azul está un poco gordita de más. Es muy joven… Ella sabrá. El señor de gafas parece enfadado con el mundo. Tampoco es necesario. Me mira de reojo y noto que le ha molestado que le observe. Vuelvo los ojos a mi móvil. Pero no estoy viendo nada. Espero un rato y arqueo la mirada. Los zapatos del señor son marrones. El pantalón es de un color gris oscuro. No me atrevo a mirarlo aunque me da la sensación que sigue enfadado.

Suena el timbre. D A 75. El señor de gafas se levanta. Ahora si lo observo… sin miramientos. Sigue enfadado. El Universo lo odia, o eso parece. Entra en la sala del doctor.

Vuelvo la mirada a mi móvil. Es difícil que hacer. Mirar para la chica del vestido azul me parece incorrecto. Es muy gordita y, posiblemente, se sienta violentada. No entiendo la razón… pero en eso te han educado. De pronto suena el teléfono, ella contesta y se ríe. Resulta muy agradable escucharla. Tiene un tono de voz encantador y muy dulce. No me atrevo a mirar. La conversación continua. Ella habla alto. Yo intento distraerme con mi móvil pero estoy pendiente de lo que dice. De pronto, me doy cuenta que le estoy sonriendo y que ella… milagrosamente… también me sonríe. Es hermosa. Y supongo que mucho más feliz que yo. Vuelvo a bajar la mirada. Ella ahora habla más bajo. Noto como envía un beso. Y vuelve a sonreír. Pero ahora no la miro aunque soy consciente de su infinita sonrisa.

Se abre la puerta y sale el señor de gafas. Sigue enfadado. Parece que todos los ciudadanos del Mundo le hubieran ofendido. No mira a nadie. Nada dice. Se va. Altivo y enfadado. Sobre todo, enfadado.

Suena de nuevo el timbre. D A 76. Entra la chica del vestido azul. Antes de traspasar la puerta me sonríe. Ahora me fijo más. Tiene unos ojos preciosos y regala una sensación de satisfacción tan extraordinaria.

Ahora si estoy solo. Poco dura mi soledad. Llega una madre con su hijo. Es en ese momento cuando me planteo la razón de mi cita médica.

Es cierto. Yo también he engordado. Un poco sí que he engordado. La verdad, es que cuando el médico de cabecera me envió al internista fue… mis análisis no estaban bien. El colesterol, triglicéridos, glucosa… todo estaba un poco disparado. Nada grave. Pero tan distinto de un año antes. Eso fue lo que más le chocó. Por eso me mandó repetirlos… y volvieron a salir igual. Y claro… No quedaba más opción.

Pero eso no es justo. Hace un año, quizás un poco más, yo ya la había descubierto. Ella atendía la recepción del gimnasio que estaba frente a mi apartamento. La vi un día al entrar. Y ese día, cautivado de su figura, decidí apuntarme. No lo dudé. Era la sonrisa más hermosa que pudiera existir. Ese mismo día estaba inscribiéndome. Apenas me miró… estaba muy ocupada, pero me explicó todo y fue increíblemente amable. Ese día dormí feliz. Tan feliz.

Durante ocho meses fui fiel. No falté ningún día. Todos, absolutamente todos los días, estuve allí. Casi tres horas. Siempre le sonreía al entrar y ella, en ocasiones, también me sonreía. No me quedaba más remedio que entrenar. Hacer flexiones, remo, femoral, prensa, abdominales… todo por esperar que ella, de vez en cuando, al cruzar las salas, fijase su mirada en mi mirada. Y, en ocasiones, coincidimos. Yo era tan feliz. Tan feliz. Me puse como una roca. Realmente era verdadero ejemplo de cuerpo tonificado y fortalecido. Y era tan feliz… tan feliz….

Pero un día nos comunicaron por escrito que ese mes cerraría la instalación. Ese día ella ya no estaba. Pregunté… pero nadie daba explicaciones.

Y todo se acabó.

Ahora estoy aquí. Esperando en la Sala 7, Consultas Externas, del Hospital Quirón,  consulta del Internista, Doctor Soldán Botana.  Ha pasado algo más de un año. Y sí, he engordado, y los análisis no son buenos.

Sale la chica del vestido azul. Ahora me parece hermosísima. Es gordita… y qué? Tiene tanta felicidad en sus pupilas. Irradia alegría. Y además, se le nota con urgencia. Alguien la espera. Alguien espera para amarla. Me sonríe de nuevo y no puedo evitar enviarle una sonrisa infinita. Ella la recoge como acostumbrada a los halagos. Estoy seguro que mucha gente le dice cosas bonitas. Es muy bella.

Suena el timbre. D A 77. Es mi turno. Entro en la consulta. El doctor me manda sentar. Es un señor horondo y de gesto agradable. Confirma mi nombre en su ordenador. Me pide los análisis que le enseño aunque él también los comprueba telemáticamente. Es en ese momento cuando insiste en la glucosa, en el colesterol y en los triglicéridos.

Me habla de la necesidad del ejercicio, de la alimentación sana, de una dieta, de… pero no le escucho. Pienso sólo que hace tres meses, donde estaba el gimnasio, abrieron un cafetería-repostería. Algo muy innovador. No presté atención hasta que un día la vi. Era ella. Estaba allí, de encargada. Al verla, no dudé en entrar. Enseguida me reconoció. Me dijo que le habían ofrecido el puesto y que tenía comisión sobre las ventas. Aquel día tome café y dos croissant. Después se sucedieron infinidad de coulant, donuts, tartas de zanahoria o manzana, crema inglesa, lemond curd, bizcochos variados, magdalenas. Ahora no sólo me sonríe. Sabe mi nombre y, en ocasiones, tenemos pequeñas conversaciones. Incluso la semana pasada me regaló un Panettone. Dijo que era su mejor cliente y una gran persona.

El doctor sigue insistiendo en que debo, obligadamente, de seguir una dieta. Retirar los dulces, las harinas, hacer ejercicio y controlar mi alimentación. Que me encontraré mejor y seré más feliz. Pero yo no le escucho.

Me entrega unos papeles. Le sonrío. Me dice que en dos meses quiere volver a verme. Sigo sonriendo…. Este señor, no tiene ni puta idea de lo que es la felicidad.

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