LA EDAD

LA EDAD

I

La edad sólo importa si eres un queso o un vino”, solía repetirme mi mujer.

Sonreí una vez más. Mi mujer me hacía sonreír a menudo. Ella tenía acertadas ocurrencias –generalmente impropias y nada sensatas ni veraces- pero ciertamente ocurrencias estimulantes.

Cuando empecé a rebajar mi ardor íntimo, lo que creo que ella agradeció enormemente, soltó una de esas sentencias que tanto me hacen disfrutar: “A veces ganas, a veces pierdes, y a veces pierdes las ganas”.

Y con el paso de los años, que yo llevaba tan mal, ella jugaba con el lenguaje repitiendo sandeces ocurrentes que me permitían alejar la desilusión que comenzaba a angustiarme: “te estás volviendo un joven reciclado muy atractivo”.

Pero su optimismo desgarrador y casi asfixiante era sólo un juego verbal nada cierto. Claro que la edad importa… y mucho.

Yo no me parecía en nada al de antes. En nada.

De hecho, hace años, no me hubiese sucedido lo de esta mañana. Imposible. Eso seguro. Y eso solo se puede atribuir a la edad.

Fue la edad lo que me hizo acercarme tan temprano al arenal desnudo y solitario de Barrañán. Los dolores de espalda, ahora continuos, me impedían correr como hacía antes y las horas de insomnio me regalaban madrugadas intempestivas.

Necesitaba el ejercicio físico más que el oxígeno y el médico –ahora ya un casi un amigo al que solía visitar demasiado a menudo- me había recomendado una hora de caminata por la arena todos los días.

Y allí estaba. Las 07:00 de la mañana. Aparcado frente al paseo de la playa de Barrañán. Solo el rumor de las olas poderosas y la brisa fresca del amanecer me acompañaban. Mi mujer diría: “¡Cómo se te ocurre ir a la playa si a esas horas aun no han puesto la arena!”. Pero, igual que cuando corría, me gusta hacer ejercicio sin que haya nadie, sin que nadie me acompañe, sin que nadie me encuentre.

Fue en ese momento, mientras en el interior de mi vehículo me estaba calzando las zapatillas para iniciar mi caminata, cuando lo vi. Era un chico joven. Supuse que también le gustaría hacer deporte de madrugada. Seguí con mis asuntos. Y de pronto, el golpeó con sus nudillos el cristal del coche.

                                                                               II

¡La edad no importa!... Infinita tontería… ¡Vaya si importa! He tenido que ir a un Hiper a comprar una pala que he pagado con la tarjeta, pues no tenía nada de dinero en efectivo. 

Y ahora estoy, aterido de frío, en el Monte Xalo. He tenido que llamar a mi mujer y mentirle. Le he dicho que no voy a comer porque me he encontrado a unos compañeros de Carballo y voy a picar unas tapas y unos vinos.

Aquí llevo casi tres horas. Empapado en sudor y la brisa que no para de soplar. Y tengo frío. Pero debo seguir cavando pues apenas llevo 50 centímetros y sé que un cadáver necesita más de un metro de profundidad para que sea más difícil su hallazgo. Con 30 años menos ya le tendría hecha su tumba a este energúmeno que intentó robarme. Con 30 años menos, ni se hubiese atrevido, este imbécil, a atracarme con ese cuchillo de cocina. Con 30 años menos todo hubiese sido distinto.

Pero la edad no pasa en balde. Y aun me quedan muchas horas con la pala.

 

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