GRACIAS

I

Sabía que tenía que entrar allí. Pensé que era incapaz, y además el viento, agresivo y violento, me invitaba a quedarme en el coche. Aquel Tanatorio no era agradable. Estaba volcado frente al Hospital como si fuera una triste metáfora del relato de la enfermedad. Pero, desde luego, era un infinito negocio.

No quería salir del coche, pero sabía que debía hacerlo. Sabía que era mi obligación. Mi deber. Mi deuda. Por lo que él me había dado y, sobre todo, por todo aquello que no me había dado. Es curioso que nuestra conducta esté más condicionada por lo que no sucede que por lo que realmente sucede. Pero así es el mundo.

Y, casi sin darme cuenta, abrí la puerta del coche. El día era tan violento que parecía que el cielo se había enfadado con la humanidad. Me alisé el vestido. Ese vestido negro que tanto le gustaba. Y decidida, miré para los ventanales de SERVISA -¡vaya nombre para un Tanatorio!- y comencé a caminar. Sabía que ya no había vuelta atrás.

 

II

Cuantas veces me amó. Me amó en silencio, apasionadamente, como un loco, como un atrevido sin conciencia, como un adolescente, con la sensatez madura del hombre protector, como un padre preocupado, muy preocupado, siempre preocupado y ocupado de sus hijas… incluso me llegó a amar salvajemente y, en ocasiones, más allá de lo que era capaz de imaginar.

Me amó de tantas formas, tan variadas, tan suyas, tan plenas. Pero llegó la monotonía, el agobio, el desasosiego, las discusiones…. Llegaron los tiempos fríos… los oscuros días y las eternas noches, en las que yo notaba que ni él me deseaba ni a mí me apetecía.

Y de pronto, el misterio. Cuando lo creía perdido, apareció de nuevo. Primero fue una noche de pasión, de esas que recuerdas pero que atribuyes a que “tenía dos copas y era buena semana”. Pero pronto volvieron a sucederse, y a recuperar sensaciones. Y acariciarme los pies. Y a abrazarme a escondidas. Y a mandarme mensajes sensuales… Y de pronto, cuando parecía todo perdido, surgió el amor y la pasión.

 

III

Se habían conocido sin darse cuenta. Casi sin mirarse, aunque ya en aquella primera mirada había surgido la química que, los dos y por timidez y prudencia, escondieron bajo una sonrisa de afecto y gratitud. Ella era muy hermosa…él no era un mal hombre. Los dos fueron creciendo en un proyecto común a través de una idea; conseguir que la gente, lo más débiles, sean más felices. Los dos contribuían directamente a ello. Y una cosa llevó a la otra. Y poco a poco, como sucede en las novelas que nada tienen que ver con la vida real, se fueron enamorando. Primero forjaron una amistad eterna y luego, como una llama que siempre surgía, un amor imposible.

Es cierto que impidieron que nada sucediera. Pero se querían. Y la vida, que no entiende de caminos, eligió el más difícil.

IV

Me ama tanto, apasionadamente. Todos los sábados me devora, me desnuda y recorre mi cuerpo con pasión, como un alfarero, haciendo que me sienta la mujer más deseable del mundo. Me besa los pechos, mis pezones son suyos y mi sexo se convierte en una parte de él para ascenderme a la cima del placer. Somos mayores pero me posee como cuando éramos novios. Y noto su sonrisa de gratitud… Y puede que no sea yo… pero es tan hermoso.

 

V

Aquel día le vi muy mala cara por la mañana. Le comenté que no le veía bien pero él, como siempre, contestó que era por el trabajo. Se cogió el brazo y me dijo que debía de dejar de hacer flexiones, que le dolía, que aquel sábado se había exigido mucho, después de correr 15 km, en el gimnasio. Que ya no era un chaval y que debía dejar de hacer tonterías. Pero no tenía muy buena cara… pero era imposible hablar con él de su salud y de tantas otras cosas.

 

VI

Aquella noche lo vi muy cansado. Demasiado cansado. Pero estaba empeñado. Era casi una obsesión. Le dije que no me apetecía, aunque no era cierto, desde su “cambio” sólo deseaba ser suya. Pero aquel día lo vi mal. Pero estaba como loco. Necesitaba hacerme el amor. Entregarse a mí. Amarme plenamente. Y sucedió. Fue la noche más hermosa de mi vida. Pero en su sonrisa final noté su ausencia… a los cinco minutos estaba llamando a una ambulancia… Todo fue como un sueño, muy rápido… él se fue pero se quedó para siempre entre nosotros.

VII

Aquí estoy, entrando en el Tanatorio. Sala VI, hay bastante gente allí. Pensé que a esta hora de la mañana no habría mucha gente pero él era una persona apreciada, aunque nunca se dio cuenta de que eso fuera cierto. Allí están sus hijas. Reconozco a algunos de sus amigos. Pero debo acercarme a su mujer. La veo al fondo, ella me mire y me reconoce. Me identifica. Me da angustia ese momento.

Se separa de las personas que la protegen y se acerca. Escucha mi pésame y creo que es consciente de mi dolor, de mi infinito dolor, de ese dolor eterno de perder a la persona que me hacía –en la distancia- ser feliz, o de la persona –que en la distancia- yo hacía feliz.

Me mira, primero con ojos duros pero luego suavizados por la ternura de los buenos sentimientos. Me mira…. Y simplemente me dice: ¡Gracias!

Me retiro. No debo estar allí. Lo amé. Me amó. No debo estar allí. Pero de pronto noto que alguien me toca en el hombro. Es ella.

Y cuando creo que el cielo va a hundirse solo escucho sus dulces palabras: “Gracias por habernos hecho disfrutar tantas noches”… “Gracias por tanto placer”.

Ella regresó con sus allegados y yo volví al coche. El cielo seguía enfadado y la brisa golpeaba con saña. Pero tuve la sensación que la vida y el destino eran, de verdad, justos.

 

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