LA IMAGEN
LA IMAGEN
Todos tenemos un lugar especial, singular. Todos poseemos un refugio que nos protege, nos pertenece, nos identifica. Y allí me encontraba de nuevo. Era mi banco favorito, ese espacio donde evadirme era muy sencillo. Dónde soñar, pensar, sentir, surgía de forma instantánea Donde la realidad podía evocarse desde la nostalgia, desde el sentimiento. Y me gustaba sentarme allí. Y ver pasar la vida, las personas, la brisa, los rumores, los alientos infinitos e imaginar, imaginar, imaginar… crear historias soñando los relatos de los caminantes que se cruzaban, sus nombres, sus gustos, sus alegrías y tristezas, sus miserias, sus heroicidades, sus entregas, sus renuncias, sus mentiras y sus verdades… en definitiva, sus vidas.
Era como un juego donde a cada uno le asignaba el rol que a mí se me antojaba, casi siempre en función del físico y la apariencia. Algo completamente injusto, ciertamente, algo tan injusto que solemos repetirlo diariamente en nuestra primera toma de contacto; esa que mantenemos con el resto de la humanidad… Supongo que lo injusto acaba por convertirse en costumbre y lo normalizamos y lo etiquetamos y lo envolvemos en el celofán de la noma social para justificar la inmensa sinrazón de los condicionamientos éticos y morales. La necesidad de buscar la perfección; la valoración de la belleza física; la pertenencia sentimental a otro corazón; la imposibilidad de amar sin límite ninguno; la valoración del triunfo; la justificación de las desgracias y los fracasos… mentiras sociales impuestas por la necesidad de los más débiles de espíritu con el objeto de controlar el “esquema social correcto”.
Sí… Aquel banco, aquel lugar excepcional, había también perdido su identidad primigenia para dejar de ser un núcleo de la reflexión y mudar en una espectacular atalaya de la observación… ¡Una maravillosa ventana con vistas a la vida!
La reflexión la dejaba para la pureza, para la soledad, para el silencio angustioso de la desnudez del espacio. Frente al mar, siempre frente al mar… agitado y furioso como un loco desalmado o dulce y entregado como un amante rendido. Ese vaivén de las olas, el sonido de la cresta rompiendo en las rocas, la espuma agolpándose en la orilla y esas gotas de agua salada que muchas veces se confundían con mis propias lágrimas, salpicaban mi cara y mi pelo y me acaban desnudando completamente para ser testigos de mi verdad, de esa verdad –en ocasiones, mísera; en otras, osada y valiente- que mostraba la auténtica esencia que tan poca gente llegaba a conocer
Pero hoy no era día de reflexión… hoy tocaba evadirse, pensar, soñar, crear, imaginar, inventar historias. Y allí sentada… una vez más… dejé mi mente volar como las gaviotas.
Se sucedían los personajes. Inmisericorde, asignaba papeles gratuitamente. Aquel corredor que resoplaba sudando sin límites y que convertí en recién separado con novia veinteañera con quien debía cumplir en noches de pasión extremadamente largas para él. La chica de gafas, seguro que oficinista y soltera, incómoda en su trabajo. El que llevaba a su perro… ¿o era el perro quién lo llevaba a él?... ¡Cuánto llegan a parecerse los dueños a sus mascotas!
La tarde se prestaba para fabular. No pretendía ser cicatera en mis “recreaciones”. Buscaba personajes y los llenaba de matices, de púrpuras, de brillos, y también de sombras, de oscuridades, de agonías… La vida misma.
Pero entonces la vi… Al principio no acerté a identificarlos… Pero lo vi. Lo sentí, Lo noté.. Fue como un golpe de luz, un rayo incesante, un sortilegio inimaginable. ¡Era la visión perfecta… y era tan hermosa!
Y de pronto fui yo quien se quedó cautivado de la estampa, del paisaje, de la imagen. Yo… yo que encerraba a cada personaje en mi diario inventando su guion, dibujando y matizando sus rasgos, fui presa inmediata de aquella imagen.
En ese preciso instante me di cuenta de que hoy ya no asignaría roles a nadie. Había acabado la partida. Había sido derrotado en mi ansiedad por someterlos. Y hoy… Hoy tocaba soñar.
De pronto los sentimientos se amontonaron, se desbordaron, inflamaron toda mi piel. Y la brisa de la tarde se quedó muda y huérfana de sonidos. El deseo se hizo carne, la pasión adquirió sentido y la admiración invadió el espacio cegando al sol con su resplandor preñado de emociones y afectos
Eran dos ancianos. Se sonríen. Apenas se tocan sus manos, pero sus ojos parecen fundirse en una única y profunda mirada… mientras, cuidadosamente con una delicadeza absoluta, él le separa con ternura los cabellos de la frente que el viento agita. En sus pupilas se condensa toda la historia del querer, del cariño, del afecto devoto, del aprecio íntimo, de la estima entregada, del sentimiento pleno, de la adoración reverente, de la devoción absoluta… casi de la veneración y de la idolatría.
Nada puedo imaginar sobre ellos. Son ellos los que me hacen soñar a mí. Reescribirme, dibujarme…
Y pienso que algún día… algún día… algún día… querría ser yo esa estampa en un cuadro para que alguien desde un banco –soñando a crear historias- me observase y me admirase.
Y aquel día… aquella tarde de estío… dejé de imaginar para soñar… simplemente soñar.
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