DESCANSE EN PAZ

 Ella le pone flores todas las mañanas y limpia la hornacina con delicadeza y entregado fervor. En ocasiones la veo hablarle, comentándole las noticias que aparecen en la televisión. Cuando llega eufórica del trabajo es a ella a quien primero saluda y no duda en sonreirle... en los días malos, tan solo agacha la cabeza y roza levemente el aparador que sostiene el columbario.

Nunca me atreví a interrumpir aquel ritual tan intenso. La profunda devoción de una hija a su madre difunta.

La veía tan serena, tan entregada, que cualquier intento de corrección habría sido una crueldad innecesaria. Además, ¿qué ganaba con decirle la verdad?

Recuerdo el momento con claridad absurda: el tropiezo torpe en la puerta del tanatorio, el sonido sordo del recipiente contra el suelo, el polvo esparciéndose como un último aliento. Nadie lo vio. Nadie lo sabrá.

Rellené la urna con lo primero que encontré en el jardín, procurando no mirar demasiado.

Desde entonces, ella sigue hablándole cada mañana, y yo sigo guardando silencio.
A veces pienso que, de algún modo, las dos descansan en paz.

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