VERDADERO AMOR
Díos mío... ¡cuanto me quiere!
Todas las noches escrico esa frase en el diario con la tinta corrida de las lágrimas. Siempre empiezo igual. Es mi mantra. Mi oración.
Abajo, en el sótano, no hay respuesta. Pero no hace falta. El silencio también dice “te quiero”.
Él ya no grita como antes. Los primeros días fueron terribles: súplicas, golpes, insultos. No entendía que el amor verdadero no necesita del mundo, ni de la luz. Allá fuera, todos mienten, todos fingen. Aquí no. Aquí solo quedamos él y yo, limpios de todo ruido.
Le bajo agua, pan, y a veces -los domingos- un trozo de pastel. Me gusta pensar que sonríe cuando lo come, aunque hace tiempo que no escucho su voz. Pero sé que sigue ahí. Lo siento respirar -es cierto. con dificultad, pero muy suave, como si no quisiera asustarme... sé que lo hace por mi.
Hoy bajé con una vela. Quería verlo, solo un poco. La cerradura crujió y un olor viejo me acarició la cara. Un aroma dulce y agrio como los recuerdos. La vela tembló y con ella mi espíritu.
Allí estaba. Quieto. Fiel. Hermoso.
Me arrodillé frente a él y sonreí.
—Por fin has aprendido a no irte nunca —susurré.
Y entonces lo supe: había alcanzado el amor perfecto. Él es el único que no se marchará nunca.
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