GRITOS
Era imposible que no fuese un secreto a voces. Y nunca mejor dicho. Todos sabíamos en nuestro edificio cuándo la vecina del 3ºB llegaba a casa: no necesitaba timbre, porque ya venía gritando desde la calle. Gritaba al perro, a la televisión, al repartidor de las pizzas, al marido, a los hijos... Incluso gritaba a al ascensor recriminándole su retraso, y a la luz del vestíbulo si se apagaba, y hasta el eco de la escalera parecía temer bajo el poderío de su voz. A veces nos cruzábamos con ella, a pesar de los intentos continuos por evitarla, y su saludo -tosco y zafio- se manifestaba también subido de volumen. En ocasiones, a los gritos se acompañaban golpes en la pared y algún sonido que adelantaba la rotura de algún cristal o de una pieza de la vajilla. Todo un espectáculo al que asistíamos con una continua y precisa asiduidad. Los motivos no solían ser relevantes. Si un descuido, si un comentario que pudiese molestarte, si algo que se había ensuciado... pero la razón siempr...