EN EL ARMARIO
Voy perfeccionando la técnica y cada día mejoro más. Las primeras ocasiones fueron un desastre e incluso estuve a punto de convertirme en el hazmerreír de todos los compañeros.
Pero últimamente estoy que me salgo. Comienzo a ganar un prestigio evidente y ya todos me miran en el bosque con mucho respeto.
Ahora tengo paciencia. Escojo la casa con cuidado, me escondo con tiempo en el armario y espero a esa fase de la noche donde el sueño vence a los niños. Y es entonces cuando debo hacer crujir las bisagras del armario y voy arrastrando las garras por el suelo de la habitación. Lo normal es que el niño se despierte, se asuste y grite.
Es en ese momento cuando debo ser raudo y veloz para poder escapar por la ventana que previamente he dejado abierta.
"Hay un monstruo en mi armario", repetirá incesantemente el niño -nervioso y pálido- ante sus padres quienes, atónitos, encenderán las luces y le mostrarán que la habitación está vacía.
Luego, seguramente la madre se quedé a dormir acariciándole el pelo a su hijo sin darse cuenta que cada vez que le repite que no es posible mi existencia consigue alargar mi vida.
Este mes ya he conseguido que media docena de padres acaben convenciendo a sus hijos de que no hay monstruos en los armarios.
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