COMO EN CASA
Había sido un día muy duro en el trabajo. Agotador. Su cabeza estaba confusa y perdida.
Andrés entró en casa convencido de que todo estaba en orden. El perfume en el aire, la luz tenue, la música suave… todo le resultaba familiar. Desde que se habían marchado los niños, había ese silencio que invita a la calma y al sosiego.
No lo dudó. Se descalzó, dejó las llaves en la mesa y suspiró aliviado: “Por fin en casa”. Se quitó la camisa y el pantalón sudados y los tiró al cubo de la ropa sucia. Y se tumbó en el sofá. En ropa interior. Necesitaba descansar y cerrar los ojos. Recuperar algo de sosiego.
Entonces la vio pasar, completamente desnuda, con una sonrisa cómplice y una copa de vino camino de la puerta principal. No era su esposa.
Y el timbre sonó. Y con un profundo escalofrío recordó cuál era su casa… y que aun no le había devuelto las llaves al vecino que se las dejó cuando se fueron de vacaciones.
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