SECRETOS

 Aquel erial llevaba años desierto. Desde que la abuela ordenó a mamá no tocarlo. 

El tiempo, la sequía y el abandono, lo convirtieron en tierra estéril y yerma.

Pero eran muchas hectáreas y pensé que al menos podríamos darle un uso.

Cuando la pala comenzó a remover la tierra para iniciar una ansiada plantación de olivos fue cuando sucedió. Primero pensamos que eras unas piedras pero al escarbar apareció un cráneo amarillento. Pronto surgieron más huesos, alineados como si siguieran en formación.

El aire se volvió pesado: la fosa era profunda, honda como la miseria, silenciosa y olvidada. 

Pronto lo entendí. Comprendí en seguida aquellos rezos infinitos de la abuela en las noches largas del invierno. Su pena y sus callados secretos. 

Entendí el sinfín de vecinos sin nombre de los que decían en el pueblo que se habían marchado en los tiempos de la Guerra.

Y, lo que es peor, fui capaz de explicarme la mirada esquiva y huidiza del hijo del viejo alcalde que ahora comparte plaza conmigo en la Universidad y aun suele venir a pasar unos días de verano en el pueblo. 

Hay secretos de casi un siglo que sigue siendo mejor callar... O no...

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