EXTRAÑANDO TUS PLATOS

 Realmente nunca se me dio mal lo de la cocina. Pero lo de Martín era de vicio. Igual te hacía un pato a la naranja que un perfecto y equilibrado cus cus negro con corvina a la plancha. Era increíble.

 Creativo, constante, imaginativo, ágil y dinámico, muy resolutivo, limpio y ordenado y con perfecto conocimiento de todas las técnicas culinarias. Nada era imposible para él.

Nuestras reuniones mensuales en el Txoko eran el mejor momento de mi vida. Ansiaba ese día como se ansía el amor, o la felicidad o la gloria.

Por eso no pude evitarlo.

Me tuve que presentar aquella noche. Sabría que allí estaría recogiendo la cocina y acaso imaginando los platos de la nueva reunión.

Comprendo su sorpresa y su angustia. No me esperaba. Comprendo también incluso su silencio. Y su nerviosismo y su inquietud. Y su zozobra y apuro.

Pero necesitaba volver a probar su solomillo en costra de pimienta y mostaza con salsa de cabrales. 

Inquieto y nervioso me dijo que no tenía carne, que se le había acabado el género.

Le contesté que no se preocupase. 

Justamente si algo puede conseguir un difunto es buena carne.  

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