NOVELA NEGRA

 Aquella llamada la esperaba. Supongo que tenía que ser así. Ya habían pasado dos años. Dos años largos en los que el sufrimiento y la angustia me habían invadido. 

La desesperación y la agonía tras el terrible asesinato de mi marido. 

Es cierto que su desaparición no había supuesto mi abandono. Era tan previsor, tan especialmente precavido, que me había dejado en extraordinaria situación económica, pero la respuesta que yo esperaba nunca llegaba.

Decenas de líneas de investigación. Todos los medios. Pero ni un avance.

Por eso cuando hoy he recibido la llamada supuse que era el final.

Acudí sin demora. El inspector, siempre cariñoso, se excusó en la incapacidad para afrontar respuestas a algo imposible de responder. Añadió que eran extraordinarios profesionales los que se encargaron de su ejecución. Expertos en el crimen. Imposible encontrar una explicación y, mucho menos, a los culpables. Se archivaba el caso definitivamente.

Lloré desconsoladamente. Pero al menos me daba mucha paz saber que todo había acabado. Era cerrar una página. Dar comienzo al duelo real. Iniciar una nueva vida. 

Me acompañaron hasta la entrada de las dependencias policiales. Un último consuelo.

Al llegar al coche me sequé las lágrimas.

Encendí el motor y sonreí. 

Una década entera de lectura de novela negra me había válido para algo. Ni un solo error había cometido. El crimen perfecto es posible. 

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