AMANTE

 

Leer ha sido siempre mi pasión. Una devoción intensa, aguda, asfixiante, vasta, insondable, casi perturbadora.

A otros les gusta el deporte, el vino, la naturaleza, la música, la moda, la fauna diversa o la política (que no son la misma cosa aunque en ocasiones tiendan a ser sinónimos).

Hay gente para todo en la vida. Incluso a mi vecino  -pared con pared-, a mi pobre vecino, se le escuchan elogios sobre las dotes culinarias de su mujer a pesar de que cada vez que la señora hace uso de su exigua sabiduría gastronómica me veo en la obligación de atrancar puertas y ventanas para no revolverme moribunda en arcadas producidas por aquellos aromas insalubres y mefíticos.

Y es tanta mi devoción por la lectura que hay quien me asegura que estoy abandonando los placeres carnales que mi cuerpo reclama por entregarme a los libros en un trastorno bibliófilo enfermizo.

Pero yo creo que son simplemente falacias derivadas de la ignorancia y del atrevimiento.

Y es que el proceso es sencillo. Todas las noches en la intimidad de las sábanas acojo el libro que deseo. Primero, con delicadeza, voy acariciando el lomo, aspiro su aroma, deslizo suavemente las yemas de los dedos por sus páginas y cierro los ojos para comenzar a imaginar el relato que se va a producir.

Y voy desnudando las palabras, deseando encontrar metáforas que me hagan vibrar, deseando sentir esa aliteración que inicia un ritmo acompasado, constante, en el que el disfrute se va agigantando de la mano del deseo, del ansia voraz por seguir desnudando el argumento, por encontrar nuevos párrafos por explorar.

Ya no somos dos el libro y yo.

Ahora ya formamos un único cuerpo en el que uno se entrega al otro. Yo a su deleite y él a impregnarme de su trama. Y hay tiempo para la hipérbole que te va ascendiendo al éxtasis mientras la sonora onomatopeya rompe el silencio de la noche y no sé si gimen las páginas o mis labios musitan el apetito más escondido. El afán por conquistar se hace alegoría, y un atrevido palíndromo me conquista definitivamente para sentirme esclava y plena en la hipérbole.

Concatenando anadiplosis me entrego y araño el placer absoluto en una insuperable antítesis de sentimientos. Gozo, gozo y gozo y sólo un rudo apóstrofe, totalmente inconveniente, rompe la magia del instante.

Es mi marido que abre la puerta de la habitación para encontrarme desnuda, leyendo y muy sofocada. Y el muy zafio aun pregunta:

-¿Esperabas por mi?

Yo solo acierto a sonreírle levemente.

Cuando consiga que se duerma volveré a seguir gozando… perdón… leyendo.

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