UNA OPORTUNIDAD

 

Toda una vida trabajando. Matándome a limpiar. Durmiendo poco y mal para sortear el tiempo entre ocupación y ocupación a fin de llevar alimento y recursos a casa. Sola para todo. Y cuando creía que al final todo habría valido la pena, mi hijo Jorge, en quien tenía depositadas todas las esperanzas- se empeña en hacer negocios con la venta de aquellas criptomonedas.

Ciertamente, al comienzo le fue muy bien. El no paraba de decirme que era un negocio creciente e inmejorable. Su nivel de vida cambió radicalmente y dejó de vivir conmigo en A Gaiteira, para mudarse a un loft en San Andrés. Y hasta me propuso que dejara de trabajar; que no quería seguir viendo como me sacrificaba mañana y noche; que no era necesario; que el podía pasarme una pensión y alquilarme un piso en una zona más tranquila. Yo tuve mis dudas, pero la prudencia del pobre a perder lo poco que ha tenido le hace ser siempre cobarde y poco diligente.

Y de pronto… salta el escándalo. Que si es una estafa piramidal; que es un fraude; que aquellas criptomonedas que llegaron a valer 100 euros cada una no llegan ahora una centena a un euro. Y denuncias, y acusaciones, y mi hijo esposado conducido a dependencias policiales.

Y no hay abogado que podamos costear, con lo que le toca defensa de oficio. Una chica muy agradable que hoy se ha sincerado conmigo: “Realmente lo tiene muy difícil Jorge. Pero sobre todo por el juez que le ha tocado. El Magistrado José Haro es muy conservador, inflexible, un hombre recto y tradicional. No será sencillo encontrar alguna posibilidad”. Y sé que me habla con franqueza y cordura. La imagen del magistrado es conocida por todos. Su habitual estampa seria en diarios y reportajes no deja lugar a dudas sobre su exigencia de vida; es estricto, severo y riguroso

Y hundida en mi realidad, que de pronto vuelve a tener la oscuridad habitual, me dirijo al trabajo. Anochece en los apartamentos de lujo de A Zapateira. Distraída cojo las llaves que me han dejado en la recepción. Sigo dándole vueltas a mi vida. Y pienso en las ocasiones que se han ido escapando a lo largo de los años… y ahora que veía un poco de luz…

Giro la cerradura y abro la puerta. Imposible no reconocerlo aunque me cuesta imaginarlo con aquella lencería de cuero negro junto a aquellas dos chicas, completamente desnudas, y con una fusta en la mano.

Con calma cierro de nuevo la puerta… quizás aun haya otra oportunidad. Y bien es cierto que cuando Dios cierra una puerta abre una ventana.

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