CAN

 

Cuando adquirí a Can –siempre me pareció que no puede existir un nombre más adecuado para un perro- fue con un propósito muy concreto; demostrar que la naturaleza animal no tiene límites.

Era un perro con pedigrí descendiente de tres generaciones puras. Un auténtico Border Collie que ya desde su nacimiento acudió todos los días y durante varios meses a adiestramiento canino con los mejores especialistas. Además fue sometido a cientos de estímulos, aumenté su capacidad para resolver diversos problemas, y lo llené de actividades y retos. Su alimentación, cuidada y vigilada por expertos veterinarios, le permitió desarrollarse con fortaleza y vitalidad.

Era capaz de orientarse, de manejar rebaños, de aislar individuos, de reconocer y guiar por el olfato, de identificar órdenes con la mirada, de encontrar objetos, de resolver situaciones complejas. Incluso su ladrido era singular y me empeñé en que sería capaz entender perfectamente toda la oralidad humana.

Han sido años de esfuerzo y denodada labor. Miles de horas con él, compartiendo instrucciones y desafíos.

Ahora Can y yo formamos un equipo insuperable, compacto, equilibrado, sabedor cada uno del papel que le toca jugar y somos el perfecto complemento el uno del otro. El amo y su mascota. Su inteligente mascota.

Hoy hemos ido a pasear por el bosque. 

Hemos jugado a despistarnos, a escondernos, a caminar sin rumbo para encontrar el camino de regreso. Finalmente, cansados, nos hemos tumbado los dos sobre la hierba. Por un momento nos hemos mirado fijamente -amo y mascota- y, de pronto, un extraño sonido ha salido de mi aparato fonador, a través de la laringe y la cavidad bucal. Un sonido grave y extraño… un sonido parecido a un ladrido.

Ha sido en ese momento cuando Can ha colocado su pezuña sobre mi hombro y me ha mirado de forma condescendiente, como diciéndome:

-¡Pensé que nunca serías capaz de aprender a ladrar!

Comentarios

Entradas populares