RECONCILIACIÓN

 Yo era la hija ideal. La niña perfecta. Educada y formal, comía todo sin mancharme. Nunca protestaba por nada. Recogía mis juguetes y la habitación. Dormía toda la noche. No tenía pesadillas. Y en el colegio destacaba por mis calificaciones y por mi comportamiento. Me esforzaba en todo y ponía el máximo empeño en agradar.

Pero mis padres seguían discutiendo. Cada vez con más acritud. Con más fiereza. Al principio era siempre cuando yo estaba ya acostada. Luego en cualquier momento.

Pero lo peor vino cuando dejaron de discutir. No hablaban entre ellos. No compartían ningún rato juntos. Y apenas coincidían en la casa.

Decidieron ir a un terapeuta matrimonial. Seis meses seguidos, durante todas las semanas. Pero cuando regresaban de cada sesión un silencio más profundo llenaba la casa.

Hace un año los escuché hablar. Sosegadamente. Lo recuerdo de forma muy clara: era un sábado pues los sábados cenábamos pizza. 

Habían decidido separarse. Incluso recuerdo que organizaron la mudanza de papá para el fin de semana siguiente.

Me llegó una semana para reconciliarlos. 

Ahora soy díscola, maleducada, no hago los deberes y mis calificaciones han bajado de forma alarmante. Además digo palabrotas, dejo la habitación desordenada y como lo que me da la gana.

Tras varios meses de comportamiento indisciplinado y rebelde hoy he escuchado, por la noche, rumores apasionados en la habitación de mis padres. Todo va por buen camino.

Mañana tendré que insultar a la profe para que se vayan de fin de semana a un Balneario y estalle plenamente el amor.

 

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