COMPROMISO MATRIMONIAL

 “Le daré tiempo para que medite. Nada se hace sin reflexionar y pensar detenidamente, que ya lo decía mi madre.”

Eso fue lo último que dije antes de cerrar con llave la puerta de la sacristía. Fuera saludaban las campanas, gozosas y alegres,  ajenas a nuestro enfrentamiento, como si quisieran esconder en el atronador sonido nuestro dramático silencio. Dentro, él me miraba con esa mezcla de miedo y desconcierto que tantas veces confunde la culpa con la sorpresa.

No iba a hacerle daño —eso me lo repetía a mí misma una y otra vez—, solo necesitaba que me escuchara sin escaparse, sin sus medias verdades ni su sonrisa ensayada para tranquilizar a todos.

Sobre la mesa donde el sacerdote solía preparar el cáliz, descansaban las flores del ramo que yo misma había dejado caer. Las orquídeas blancas parecían marchitarse de golpe, como si entendieran la ironía del momento: un día planeado para el amor, convertido en una tregua forzada.

—¿De verdad creías que no lo sabría? —le dije, mientras giraba lentamente el anillo que aún llevaba puesto.
Él no respondió. Solo bajó la mirada, consciente de que no existía escapatoria posible.

En la iglesia el murmullo de los invitados crecía. Dentro, el silencio era tan espeso que podía cortarse con las tijeras que aún colgaban del costurero de la sacristía.

No quería venganza, solo verdad. “Nada se hace sin pensar”, había dicho mi madre, y por primera vez entendí su advertencia: antes de unir tu vida a alguien, asegúrate de conocer la sombra que proyecta su corazón.

Le di tiempo. Y mientras lo hacía, comprendí que aquel encierro no era un castigo para él, sino una liberación para mí. Después le hice firmar todos los documentos que me aseguraban un matrimonio seguro... 

Él, sudoroso e inquieto, me pidió que bajase la pistola. Lo miré con lástima... me subí el vestido y sujeté  el arma con calma entre la liga roja que sostenía mis medias... Antes de abrir la puerta y cogerle del brazo, le di un beso en la mejilla y le coloqué el chaqué... Un novio tiene que estar siempre elegante. 

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