LEYENDO A NERUDA

Cada mañana Andrea, la hija de la señora Amparo, abría la puerta con la misma delicadeza con que se abre un recuerdo. El buzón la esperaba, inmóvil, como un pequeño corazón de metal que nunca latía. Todos sabían de su historia y su tristeza. De aquel novio al que tanto amaba que había partido para América jurándole amor eterno. 

 Los días pasaban iguales: el sonido de los pasos del cartero, el crujido del papel inexistente, el suspiro que se perdía entre los geranios marchitos.Aun así, seguía esperando. 

Esperar era su forma de seguir viva.

Una mañana, algo distinto brillaba en el buzón. Una carta, sin sello ni nombre. Solo letras que olían a ternura:

“A veces, el mundo también te echa de menos. El mundo que se abre al horizonte llenando sus entrañas rudas con tu dulce nombre, Andrea”

Andrea la leyó en silencio, con lágrimas intensas preñadas de dulce tristeza, de alegre dolor. Y una mueca parecida a una sonrisa surgió en su rostro ajado.

Desde entonces, cada amanecer, abre la puerta no para esperar sino para ilusionarse… Corre hasta el buzón y allí descubre un nuevo verso escrito para ella.

Y mientras, el cartero lee cada tarde a Neruda intentando seguir tejiendo poéticamente una historia ficticia de amor. Mañana empezará escribiendo: La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos...

 

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