ECLIPSE
La culpa no fue como dice la canción del "cha,cha,cha", pero tuvo mucho que ver con la dependencia de estar siempre comunicado y con aquella desastrosa cita fruto del Instagram y del Meetic. Tan dramático, penoso y lamentable fue aquel encuentro, y tanta repercusión tuvo en las redes sociales, que decidí aislarme de todo. Una cuarentena por la soledad de la información, por la ausencia de comunicación no me vendría mal y evitaría mucho sonrojo y... ojos que no ven....
Y yo, que toda mi vida había sido una persona precavida, que sabía que por la noche debía atrancar ventanas, cerrar puertas y esconder la llave, bajar persianas y guarnecer mi refugio, me olvidé de lo más esencial.
Por eso, después de una quincena de aislamiento de cualquier noticia, cuando hoy llegué a la obra no me podía imaginar que me encontraría así.
Cómo explicar ahora que tengo a mi compañero argelino, Ibrahim, que es un experto en poner pladur, desangrándose al lado del tabique que tenía a medio hacer... y a Paco, el capataz, con los ojos desbordados en sangre y las tripas colgando de su abultado abdomen... y, sobre todo, cómo decirle a Rita, la aparejadora, que acaba de llegar y que mira fijamente temblando que esté tranquila, que mi cuerpo cubierto de vello y mis orejas afiladas y las garras ensangrentadas de mis pezuñas desaparecerán en unos segundos... en lo que tarde en acabar el maldito eclipse de sol del que no tenía ni la más mínima noticia que iba a suceder.
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