INVISIBLE

 Sin hacerme ni un poquito de caso ha estado toda la vida. Como si yo fuese invisible.

Recuerdo cuando eramos niños y compartíamos pupitre y yo le ayudaba con los problemas de matemáticas que tan mal se le daban e incluso le borraba los resultados de las cuentas de dividir con decimales que siempre estaban mal hechas para que las copiase de mi libreta.

Y después, cuando salíamos en pandilla y en los primeros guateques. Sonaban las lentas y cuando yo me acercaba, ella siempre estaba bailando con otro.

En ocasiones, una leve sonrisa, una mirada esquiva, un guiño de extraña complicidad pero que a mi me llegaba para pensar que podía existir una oportunidad.

Llegó el primer matrimonio y la escapada a la ciudad y ahí creí que debía renunciar definitivamente a ella.

Pero luego regresó, separada y mas hermosa que nunca, y comenzó a trabajar en la farmacia a la que yo acudía todas las semanas por la medicación de mi madre.

Escasas conversaciones que yo intentaba alargar pero que no tenían la necesaria respuesta.

Y se fue a vivir con Javier, uno de mis compañeros de fútbol sala de los domingos. Y después lo dejó y finalmente tuvo dos hijos con Alfredo, el de la Opel, y se fué a vivir a las afueras.

Hemos seguido coincidiendo en las fiestas del pueblo y, en ocasiones, en diversas reuniones de amigos comunes... pero nunca me ha hecho ni un poquito de caso.

Hoy me enterado de su muerte por la vecina del tercero que lee las esquelas antes de que repartan los periódicos.

No lo he dudado. En esos momentos no se puede fallar.

Me he acercado hasta el Tanatorio a darle el pésame a los hijos. Luego entré en la sala y me puse ante el féretro que estaba destapado, cumpliendo con la tradición funeraria local.

Y me he fijado que ni tan siquiera en ese momento me ha hecho ni un poquito de caso.

Supongo que tendré que hacerme a la idea de que no es para mí.

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