LEER
Lo había intentado de todas las formas imaginables. Pero lo imposible es imposible. Desde que nacieron les había comprado libros, leído cuentos, enseñado ilustraciones, les había hecho jugar al lado de la gran biblioteca que presidía y llenaba el salón. Pero nunca les gustó la lectura.
Había pensado, en el lecho de muerte, que al menos conseguiría una última conquista para su reto vital pues no todo podía ser en vano.
Hoy su espíritu volando al infinito observa como el camión de la basura se lleva cientos de ejemplares de Verne, de Delibes, de Truman Capote, de los autores del Siglo de Oro, de la poesía romántica, de su admirado Faulkner o de Virgina Woolf.
Y entre sus páginas toda una fortuna escondida en billetes de 200 euros.
Debía haberse percatado que nunca buscarían el dinero en los libros. Es una pena. Además de incultos, ahora sus hijos quedan arruinados. Una pena que no les gustase leer.
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