SEGUNDA OPORTUNIDAD
La ha recogido de la basura. Estaba al lado del contenedor. Abandonada.
Una vieja muñeca deshilachada, sin el ojo izquierdo, con el relleno saliendo de los bordes, sucia y manchada.
Pero le ha dado mucha lástima.
Ha visto en ella todos los sueños de una infancia muy lejana.
No entiende que nadie se deshaga de la parte más íntima de su vida. Nunca ha entendido el desprendimiento ausente de los sentimientos más puros. Todo merece una segunda oportunidad.
Con delicadeza ha lavado la muñeca. Ha cosido las costuras y ha rehecho, con un hermoso botón de nácar blanco, su ojo izquierdo. Parece otra. Una nueva existencia.
Hoy, antes de ir a trabajar, la ha depositado con delicadeza sobre el sillón de la terraza, donde suele leer al atardecer.
Tras una dura jornada ha regresado a casa. Ha sido un día duro, de esos que justifican el salario mensual. Se ha servido una copa de vino mientras calentaba un risotto de verduras del día anterior. Es entonces, cuando se ha fijado en ella. Estaba allí, en la cocina, encima de la encimera, mirándole fijamente.
Recordaba haberla dejado en la terraza. Hubiese jurado que cuando bajó de la habitación a hacerse el café de la mañana la había depositado allí. ¿O quizás no? Quizás cuando cogió el tostador la colocó a su lado y luego se olvidó de ella.
Es igual. Está demasiado cansada. Y la muñeca es tan hermosa. Parece que tiene vida. La achucha mientra se sirve otra copa de vino blanco.
Hoy ha vuelto del trabajo y se ha dirigido a su habitación a cambiarse. Mientras se desnudaba en el vestidor observa como los ojos de la muñeca le miran fijamente. Eso le llama poderosamente la atención. Hubiese jurado, afirmado que la había dejado ayer por la noche en el salón.
Hoy ha tenido un mal día y no desea pensar demasiado. Está nerviosa y seguro que todo tiene una explicación. Pero la jornada ha sido tan dura que hasta se siente poco sentimental. Coge la muñeca y la guarda en el armario de los abrigos de invierno. Mañana será otro día.
Hoy, al amanecer, tras salir de casa ha dejado la muñeca en un contenedor alejado de su casa. Antes le ha echado el café por encima y le arrancó el ojo que le había cosido con ternura. Ha descosido las costuras de sus hombros para que el relleno asome.
Seguro que está muy nerviosa, no lo duda, pero aun no se ha recuperado de su despertar y de la sorpresa terrorífica al verla en los pies de la cama cuando amanecía.
Quizás no haya que dar segundas oportunidades.
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