UNA ISLA DESIERTA

Cuántas veces se lo había preguntado. Y cuántas veces me había contestado lo mismo. Infinitas... era una letanía que llevaba 20 años repitiéndome. 

"A una isla desierta me bastaría con llevarte a ti"... que fácil resulta hablar.

Incluso cuando preparamos aquella escapada al Pacífico para celebrar tu cuarenta cumpleaños, lo habís vuelto a repetir.

Pero todo cambió después del naufragio que sufrimos en aquella excursión en barca entre pequeños islotes en las  Fiyi, donde sobrevivimos de milagro acabando solos en un atolón preñado de fina arena, palmeras, vegetación y arrecifes coralinos. Cierto que era difícil alimentarse, que los insectos parecían una pesadilla y que la soledad era inmensa y parecía amenazar con devorarnos. Pero en el fondo era aquella isla desierta por la que tantas veces te pregunté...

Por eso no entendí tu desesperación, ni que me gritaras por  mi exceso de tranquilidad, ni que llorases continuamente angustiada.

Por eso, cuando dormías y yo caminaba desilusionado en la noche y vi pasar aquella embarcación no lo dudé. Nadé y nadé y grité hasta que me rescataron. Y cuando me preguntaron si había algún otro superviviente no tuve ningún remordimiento para afirmar "fui el único que se salvó".

Y mientras la proa enfilaba hacia la civilización yo lancé una última mirada a tu isla.... que no se puede andar mintiendo toda la vida.

Comentarios

Entradas populares