UN ENFADO
Se había enfadado muchísimo. No había derecho a que le tomasen el pelo de esa forma.
Por eso cuando regresó esperaba otro recibimiento.
Lo primero que le llamó la atención fue que la llave no le abría la cerradura de la puerta. Supuso que, como en tantas otras ocasiones, a Belén se le había perdido el llavero y habría llamado al cerrajero.
Por eso llamó al timbre. Una... dos... y hasta tres veces. Pero fue en vano.
Decidió esperar en el portal. Sabía que su mujer saldría del trabajo sobre las cinco y recogería a la niña en casa de la abuela.
Mientras esperaba en el portal encendió un cigarrillo y saludó al señor José pero este, mirándole de soslayo, ni tan siquiera le contestó.
Siempre fue un atravesado. Como él. No podía negarlo; él también tenía ese punto de avieso y retorcido y ese mal carácter que cuando encendía... que no le buscasen las cosquillas.
Fue entonces, cuando estando sumergido en estas reflexiones, vio acercarse a su mujer -Belén- con su inconfundible melena rubia y su estiloso caminar de la mano de una jovencita a la que no reconoció.
Tiró el cigarro y se acercó esbozando una amplia sonrisa mientras su mujer se detenía inmóvil asombrada y sin palabras.
Sólo acertó a balbucear su nombre.
Y a él eso le molestó. No esperaba tanta frialdad. Es cierto que hacía tiempo que no se veían, pero el enfado le había durado... Y diez años tampoco es una vida.
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