REGLAS

 Conocernos y entendernos plenamente fue casi innato. Aquella experiencia laboral, donde pensábamos que todo sería un horror impuesto por nuestros superiores, fue como asomarse al Paraíso. Conectamos y acordamos que no había reglas, ni obligaciones, ni devociones.

Fuimos libres, alegres, desenvueltos, atrevidos, plenos, dichosos y entregados. Fuimos casi etéreos y vitales. Fuimos esencia y realidad. Fuimos verdad.

Fuimos tantas cosas... Tantas y todas ellas sin ninguna regla ni norma. Fuimos tantas cosas.

Las mismas cosas que ahora, cada vez que te encuentro por la calle, yo paseando con mis hijas y tú agarrada a tu marido, se me atragantan y me oprimen el pecho mientras tu bajas la mirada triste y la tarde agoniza martirizada por el desencanto.

Y es que nunca supimos renunciar, de verdad, a las reglas.

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