LA CULPA ES DE LA LUNA
Aun no había anochecido del todo. Pero papá, con prisa, ya nos estaba arropando en la cama e insistiendo en que nos durmiésemos. Papá había cambiado mucho desde que mamá se había ido... bueno, la expresión correcta es desde que mamá nos había abandonado.
Recuerdo que fue una decisión apresurada. No solían discutir. Papá era muy reservado y no solía poner pegas a nada… ¿a nada?... a una cosa sí. A papá no le gustaba salir de noche muy a menudo. De hecho, por su trabajo de guardia de seguridad en un polígono, solía pasar las noches fuera de casa y siempre le decía a mamá que ya estaba mucho tiempo fuera de noche. Incluso intentaba no coger vacaciones pues, como el aseguraba, esos días se los pagaban muy bien... y el dinero hacia falta en casa, sobre todo desde que había nacido el pequeño Andrés.
Pero esa semana mamá había insistido en aquella cena. Recuerdo muy bien que discutieron. Papá no quería ir... pero tanto, tanto, tanto insistió que finalmente acudieron. Nosotros nos quedamos con la vecina del 5º, una chica joven universitaria. Recuerdo a mamá arreglándose, muy hermosa, mientras en la ventana comenzaba a asomarse una luna llena que rivalizaba en color con el vestido ceñido que mamá se había puesto. Papá, nervioso, daba vueltas en silencio por el pasillo.
Se despidieron de nosotros con un beso.
Y eso fue todo. Al día siguiente, papá no fue a trabajar y estaba haciéndonos el desayuno muy serio, muy triste, muy apenado. Pregunté por mamá… y me miró como se mira a las personas a las que se les va a romper el corazón. Con esas miradas que ya te previenen de lo que va suceder. De lo que va a acontecer.
-Mamá se ha ido de casa.- Y mientras le caía una lágrima por la mejilla me entregó un sobre.
-“Queridos hijos, me tengo que ir. Ahora no lo podéis entender pero me tengo que ir. Sé que papá os cuidará. Sois como él… Pero yo, soy distinta, y… no puedo vivir así. Os querré siempre”.
No entendía nada y me abracé a papá y lo colmé de preguntas que él no supo responder. Lloré hasta agotar mis lágrimas. Me enfadé. Odié y me lamenté.
El tiempo pasó. Los días se suceden y hacen que las penas se agranden pero también pesen menos. Y llegó el verano. Y nos habituamos a formar una familia de tres: Papá, Andrés y yo. Y mamá desapareció de nuestras conversaciones.
II
Papá apaga la luz de la habitación. Andrés ya duerme pero yo sigo despierto. Ahora me doy cuenta de lo mucho que necesito a papá y de lo difícil que me resulta dormir en los días de luna llena, como si su luz plateada me invitase a hablar con ella toda la noche.
-Papá, dame otro beso.- le susurro desde la cama.- Por favor, ven.
Papá se acerca. Me vuelve a arropar. Me da un beso e insiste en que me duerma.
-Papá… por favor, ten cuidado. Hoy escuché en el colegio que en los dos últimos meses dos personas habían aparecido muertas cerca del polígono dónde trabajas. Y yo no quiero que te pase nada.
Papá me mira, y veo en sus ojos inquietud. Esa misma inquietud y desasosiego que tiene desde aquel día que mamá se fue.
-Tranquilo Jaime. Duérmete… a papá no le va a pasar nada.- y me vuelve a dar un beso profundo y cariñoso.
III
Cojo las llaves de casa y cierro con cuidado la puerta para que no se despierten los chiquillos. La piel se me eriza, al comenzar a bajar las escaleras. Siento la brisa nocturna en mi cara y como mi cuerpo comienza a estirarse. Mis uñas se agrietan en los dedos. Miro la puñetera luna que me llama… esa llamada a la que ya soy incapaz de negarme. Sé que pronto no seré dueño de mí mismo y que alguien sufrirá mi ansia infinita de sangre.
Pero la culpa no es mía. Ya se lo dije a ella, aquella noche... pero sus ojos no lo entendieron…
La culpa es de la puñetera luna llena.
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