UN REGALO
Se había empeñado en regalarme algo. Para ella era esencial hacerlo. Era casi una obligación. Una deuda infinita de gratitud. Esa necesidad imperiosa de atender lo esencial, lo básico, lo imprescindible…
Todo en ella era así. Nunca conocía límites en la generosidad, en la entrega, en la devoción. Supongo que la habían educado de esa forma aunque yo creo que ese tipo de gente viene determinado por el azar y el destino. Creo firmemente que el Universo, siempre sabio, se organiza y dispone, a su arbitrio, los destinos de aquellos que lo pueblan. Y reparte los dones, las poderosas virtudes de la bondad, de la forma que considera para mantener esa concepción general del mundo. Y el orbe sobrevive –algunos se otorgan el privilegio de ser los gestores de esa supervivencia- gracias exclusivamente a esos corazones nobles que el destino repartió por el planeta y que ayudan, en el anonimato, a mantener la esencia de lo fundamental.
Ella es una de esas elegidas.
No sé aun la razón. Nada de ella merecía. Pero el azar, caprichoso, embota las mentes más prefectas y les hace creer que tienen dependencias. Ella insistía en que tenía necesidad de regalarme algo. Tenía una urgente necesidad. Y me dio su imagen como el amanecer regala a la mañana la salida del sol.
Puede que el tiempo se acabe. Es cierto que cada día el destino nos aleja un poco. Pero yo ya sé que nunca volverán a existir veranos tristes… Ella, aquella tarde de julio, vistió de belleza plena el estío. Y con su belleza se quedó huérfano el Universo de motivos para asombrarse, pues todos, absolutamente todos los ojos, quedaron atados, para siempre a su figura.
Se había empeñado en regalarme algo… y ella nunca sabrá que me regaló la perfección.
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