NADA MÁS REPARADOR

SONREÍR

 

Sonreír debería ser obligatorio. Esa sencilla acción que consiste en reírse levemente, apenas sin mostrarse ruidoso, enseñando un aspecto alegre o simplemente cariñoso hacia otra persona o hacía una situación… todo eso, debería ser una imposición legal.

Hace años, corrió como la pólvora una mentira de las tantas y tantas que nacen en las redes sociales. El problema de las redes no es que se mienta más que en el pasado, -el ser humano miente por naturaleza-, pero el gran defecto de las redes es que propaga a una velocidad infinita el virus de la desinformación y que, en pocos segundos, adorna de forma magistral la más burda mentira para mudar en verdad tangible y real. El caso, es que una de esas mentiras, aseguraba que el hombre pensaba en sexo cada siete segundos. Naturalmente eso generó una gran contradicción; los que somos menos afortunados por que la naturaleza no nos regaló el poder de Adonis y nos hemos acostumbrado a otros placeres diversos, alternativos al sexo continuo y diario, concluíamos que nuestra tara no se reducía sólo a nuestra carencia de atractivo físico y potencia íntima sino que paralelamente, nuestro cerebro, regulaba también esa limitación pues comprendía –como órgano principal de nuestra actividad cognitiva- que evitar pensar en sexo nos facilitaba aceptar conscientemente y sin frustración nuestros defectos físicos. Pero acaso, la contradicción más difícil fue la que sufrieron los verdaderos “guaperas”, esos que rompen corazones incluso bostezando. Esos, los “reyes del mambo”, los “guapitos de cara”, los que ya nacen hermosos, atractivos y dominantes. Los que pestañean y hacen que el mundo del deseo vibre de forma grandiosa. Estos, los perfectos, también se interrogaban. Eso sí, en silencio, por miedo a negar aquella evidencia.

¡Cada siete segundos!... ¡Cada siete segundos! ¡Son 514 veces en una hora!... Y claro, ellos lo llevaban peor. Ellos no tenían limitaciones, no tenían excusas, no tenían taras como el resto de los mortales. Pero de pronto –insisto, sin hablarlo con nadie- reflexionaban y se aseguraban que o se inflaban a Viagras o no eran tan “poderosos” como creían. Y aquella mentira acabo hundiendo la masculinidad. Ya nadie era comparable con aquellos que fueron muestra en ese inventado estudio científico.

Curiosamente, unos años después, otros muestreos más rigurosos pero menos publicitados, acababan concluyendo que tanto hombre como mujer pueden pensar en cuestiones relacionadas con el sexo, como mucho, una docena de veces al día y dependiendo de infinidad de variables, situaciones, estados de ánimo, etc…

Y valga todo esto para adelantar lo que de verdad nos debería ocupar en esta reflexión; el poder de la sonrisa. Pues también aquí hay mundos muy paralelos.

Como en el sexo, la sonrisa tiene adeptos y huidizos. Apóstoles favorables de su uso continuo y esquivos que afirman que se encuentran limitados para ese ejercicio facial. E igual que en el sexo, las redes nos hablan de los poderes ancestrales, rituales, espirituales y casi hechizantes de la sonrisa. Y no quiero yo poner en duda tanto valor… pero me cuesta mucho creer que la sonrisa es como el “Santo Grial” o la “Piedra Filosofal”, la receta mágica que sana todos los males… Qué no, qué cuando uno está triste, cuando uno asoma al precipicio, cuando la agonía te invade y la incapacidad para gestionar tu emoción sólo te enseña un paisaje oscuro, la sonrisa no aparece como un libertador del corazón oprimido. O al menos, igual que en lo del sexo, yo también soy limitado y mi sonrisa no es tan mágica ni poderosa.

Pero, si uno atiende a los estudios objetivos y científicos que observan y concluyen sobre el acto de sonreír, sí parece deducirse que una sonrisa tiene efectos beneficiosos para el organismo, reduce –en pequeños porcentajes, que tampoco pensemos que es la panacea- la frecuencia cardíaca y refuerza el sistema inmunológico. Y también es cierto que, la sonrisa como el bostezo, tiene un efecto contagioso en el subconsciente que hace que los demás también sonrían. Hay quien afirma que disminuye el estrés y que nos aumenta nuestro atractivo (a algunos como yo, escasos de virtudes físicas, esto último, casi nos obliga a superar el dato de  los “siete segundos” con el que comenzaba esta reflexión). Es, desde luego, un ejercicio físico. Para sonreír y dependiendo del nivel de intensidad que pongamos en esa sonrisa (y esto tampoco está tan alejado del sexo) ejercitamos entre 12 y 20 músculos. Y si hacemos caso a la propaganda infatigable de las Clínicas Dentales y Ortodoncias, una buena sonrisa es un elemento esencial para la expresión facial, para la dentadura e incluso para obtener el éxito en la vida. E igual que hay un día Mundial del Sexo –precisamente el 6 del 9… fácil de entender la simbología de la fecha escogida-, también hay un día de la Sonrisa, el 17 de octubre, aunque en este caso la razón debe ser menos obvia, acaso porque ha llegado el otoño y el estío se ha alejado ya completamente y no nos queda más remedio que sonreír.

Pero yo prefiero decir que la sonrisa es ese arma poderosa que nos hace más cercanos, que nos gratifica en las penas, que nos recuerda que siempre, siempre, siempre hay un motivo para vivir.

Esa sonrisa que nos surge al recordar aquel maravilloso momento vivido y que vuelve a nuestros labios en ese pequeño gesto y que nos hace recuperar la confianza de revivir lo sentido en algún momento. Esa sonrisa reparadora que te regalan para sanarte y que –como los antibióticos- no hará efecto el primer día pero irá curando poco a poco. Esa sonrisa cómplice de los secretos guardados; esa sonrisa pícara de la belleza de lo imposible; esa sonrisa de los pequeños logros y de los grandes éxitos; esa sonrisa del misterio que se asoma pero que nos agrada; esa sonrisa compañera; esa sonrisa acogedora, esa sonrisa que, incluso cuando ya nada vale la pena, nos recuerda que la vida va a continuar para ofrecernos otra mañana que puede ser algo mejor. Esa sonrisa que vuelve a resucitar a aquellos que se fueron de nuestra vida.

Lasciva, cómplice, entregada, generosa, pícara, atrevida, misteriosa, reparadora, dócil, mística, anhelante, sensual, cuidadora, entregada, afable, confortante,,, en cualquiera de sus infinitas variantes, la sonrisa es muy necesaria.

Sonriamos. Aunque nos resulte difícil. Siempre hay alguien esperando, cerca o lejos, ese gesto de tu cara. Y aunque el destinario no la vea, estoy seguro, que la siente y la aprecia.

Siempre tenemos un motivo para sonreír. Hijos, padres, parejas, sueños imposibles o sueños que algún día llegarán… amigos, compañeros, aficiones… pero sobre todo, sonriamos a la vida que nos ofrece la oportunidad de seguir estando aquí para ilusionarnos con el mañana.

Y volviendo al principio, sería extraordinario tener sexo tantas veces como podemos sonreír… pero, para los que conocemos nuestras limitaciones, resulta mucho más sencillo, fácil y accesible regalar una sonrisa. Y además, estoy seguro que en este campo cumpliremos adecuadamente, o al menos con cierta dignidad. En el otro, posiblemente causemos mucha desilusión… o quizás… quizás sonrían o se rían con intensidad al vernos desnudos y dispuestos…

Debería ser obligatoria. Hagámoslo… lo de sonreír… Lo otro, si se puede y hay oportunidad, también.

Siempre hay un motivo para sonreír. Y siempre hay alguien, en algún lugar, esperando esa sonrisa.

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