ADMIRANDO UN CUADRO... CHICA EN LA VENTANA
Comieron juntos. Era obligación. Se lo debía. Entre la infinidad de gestiones que tengo que hacer al día, obligado por mi ajetreado ritmo de trabajo y de relaciones, se me había olvidado tramitar aquellos papeles. Y coño... tampoco es que me importase mucho perder aquella oportunidad para mi hijo. Me sobraba dinero y recursos para conseguirle mejores ofertas en otros lugares privados. Pero tanto él como mi mujer se habían empeñado en que tenía que ser allí.
-“El prestigio de una Institución Pública reconocida en todos los lugares”.- me repitieron al unísono como un coro de fanáticos religiosos en un acto espiritual.
Y yo, naturalmente les mentí. Les dije que sí.. que al día siguiente se lo encargaría a mi secretaria, que me tramitase toda la documentación y que yo mismo me acercaría a entregarla en mano, que no me fiaba de la certificación electrónica.
Pero las mentiras tienen las patas muy pequeñas. Ni al día siguiente, ni al otro, ni nunca más me volví a acordar de todo ese tema.
Y recuerdo la llamada de Ángeles, mi dulce mujer, aquel viernes de junio. Cuando me preguntó por el tema y entonces sucedió: me pareció que el cielo se caía sobre mi cabeza.
Pero lo peor vino cuando a mis mentiras que afirmaban que todo estaba hecho, ella contestó:
-¡Gracias a Dios! Pensé que te habías olvidado.- suspiraba con inmensa tranquilidad.- El plazo acaba hoy.- y como si fuera una condena anunciada de mi maldito olvido, añadió.- Creo que debo compensarte esta noche. Reservaré cena en “El Manjar” y habrá sorpresa después.
El Universo comenzó a girar sobre mi cabeza y todos los asteroides que pululan por ese inmenso espacio negro parecían dirigirse hacia mí. Yo estaba en Ciudad Real; faltaba una hora para que cerrase el plazo en la Universidad; no tenía ni puñetera idea de cómo realizar los trámites y solo tenía, en mi móvil, los archivos de documentación que me había enviado mi hijo Alejandro desde Praga, donde estaba de viaje de estudios.
Pensé morirme… no porque la cena y el “postre” posterior fueran definitivos. Había otras formas de compensar los caprichos que tiene un hombre. No… lo peor es tener a una mujer… perdón, a tu mujer, repitiéndote todo el día lo que no has hecho porque no has querido. Y eso era cierto.
Y en esa desesperación, cuando uno está a punto de ahogarse en su angustia, es cuando mejor surgen las soluciones. Fue en ese momento cuando me acordé del cuñado… aquel imbécil con el que comparto mesa en Nochebuena, aquel que habla de literatura y de arte, aquel hombre educado que parece un “mandilón”.
Joder… el cuñado… ese pobre hombre… ¿no trabajaba en la Administración? Seguro que tiene alguna solución que ofrecerme.
Y naturalmente lo llamé con la voz más amable y amigable que uno puede poner:
-Hombre, Fernando, cuánto tiempo sin saber de ti. Menos mal que nuestras mujeres quedan para tomar un café de vez en cuando… claro son hermanas. Pero tu ni me llamas para una cerveza.- hubo un silencio sutil, pero una respuesta agradable por el otro lado.
-Deberíamos quedar para comer. Coño, que somos cuñados y alguna vez tendremos que intercambiar opiniones fuera del control familiar.- siempre se me había dado bien la gestión de las relaciones personales.
-Pensaba yo que quizás la semana próxima podríamos quedar para comer.- Se lo solté así, antes de liberar el dardo definitivo.
-Y, por cierto, necesitaba pedirte un favor.- estaba claro que no esperaba otra respuesta que la que escuché.
-Pues verás, ya sabes, tenía que hacer esta gestión en la Universidad y se me fue el santo al cielo.- debía añadir algo que conmoviera.- Estos días estoy hasta arriba de trabajo y con incontables problemas en la empresa.
-Entonces, ¿te envío la documentación por el móvil y lo dejo todo en tus manos?
La presa había picado el anzuelo. Si ahora ya las cosas no salían bien, Ángeles tendría que echarle la culpa a su cuñado, al dulce y educado marido de su hermana, con el que yo, naturalmente, había hablado ya hace tiempo desde tema. Otra mentira más que añadir.
Pero Fernando cumplió. Vaya si cumplió. A las dos horas yo, Ángeles y mi hijo Alejandro teníamos en nuestros dispositivos la confirmación de la entrega de la documentación.
Había cumplido. Y esa noche, cené en “El Manjar” y tuve “postre”. Un “postre” muy generoso.
II
Aquí estoy. En el Reina Sofía. Un jodido viernes de julio, viendo una exposición de Salvador Dalí. Mi puñetero cuñado se ha empeñado en enseñarme un cuadro que le apasiona antes de ir a comer. Va vestido con sus gastados pantalones vaqueros y ha llegado a buscarme a mi oficina en ese Opel que parece de los 70. Y aquí estamos delante de un cuadro, rodeado de turistas que parecen salidos de una excursión, donde sólo veo la espalda de una chica asomada a una ventana. Solo una chica en una ventana… bueno al menos tiene un buen culo. El pintor, que no creamos que soy ignorante pues sé perfectamente que era catalán, al menos sabía representar a una mujer.
III
Aquí estoy. Con mi cuñado. Lo he ido a buscar a su empresa. ¡Caramba! Tiene una oficina más grande que mi casa. Y le he convencido para visitar el Reina Sofía antes de ir a comer.
Aquí estoy, intentando explicarle que esa joven que se asoma al puerto, envuelta en una luz infinita, donde todo sugiera suavidad e integración, representa la belleza infinita de la perfección. Le intento explicar que este cuadro (“Muchacha en la ventana”) representa ese ideal que identificó en su hermana el pintor de Cadaqués. Intento explicarle que todos hemos vivido alguna vez esa maravillosa e infinita sensación, la perfección plástica de admirar la grandeza de una figura femenina que mira al horizonte fundiéndose con el mar, con la brisa, con la belleza sublime. Intento explicarle que todos querríamos simplemente poder gozar de un segundo para admirar cada instante de nuestras vidas una chica en la ventana… Intento explicarle muchas cosas pero veo que él no es tan afortunado como yo. Él no tiene la riqueza que regala el sentimiento.
Es cuestión de fortunas. El cielo reparte como quiere.
Definitivamente… tendremos que irnos a comer
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