TOZUDEZ POR GANAR
GANANDO LA GUERRA
Hacía tiempo que no se encontraba bien del estómago. Y además comenzaba a estar cansado, muy cansado. Es cierto que siempre había practicado mucho deporte y que ahora, a los 50, no quería dejar de hacerlo, de bajar el ritmo, de traspasar esa frontera en la que la calificación pasa de maduro a Tercera Edad. Lo de Tercera Edad suena terrible, suena como si te estuvieran avisando que entras en otra dimensión; esa dimensión donde ya nada importa, donde estás por estás, donde eres Universo o, lo que es lo mismo, un ente espiritual que vaga por el espacio y dónde la materia, el cuerpo, ya no importa o carece de validez.
Y é siempre adoró la materia. Le gustaba sentir, vivir, tocar, gozar, disfrutar; los placeres carnales –tan denostados por falsos intelectuales- pero que te hacen precisamente valorar más los placeres espirituales. Saber aunar cuerpo y alma es el reto más ambicioso que un ser humano puede llegar a conseguir. Estamos hechos de materia y espíritu con una finalidad; negar una de esas realidades es caminar cojo durante toda tu existencia.
Y él era un apasionado de la vida. Adoraba esta oportunidad única que el destino nos da para formar parte de la existencia. Parte esencial de todos, pues absolutamente nada sería igual si alguien faltase. Basta con imaginar por un momento como sería la vida de los que nos rodean si no estuviésemos; incluso si no hubiésemos llegado a existir, ¿podrían otros no existir? ¿podrían otros pintar los mismos paisajes?
Adoraba la vida. Con pasión y locura. Y adoraba a la gente. Amaba; amaba sin límites. Intentaba ayudar, querer, proteger, impulsar. Le gustaba ver crecer a los demás y compartir con ellos esas sensaciones extraordinarias. Le gustaba tanto la vida que lloraba muy a menudo. Los hombres que lloran son como las plantas regadas, crecen con firmeza y seguridad y además embellecen el entorno. Él pensaba que llorar y reír eran dos acciones que las personas debían realizar a menudo.
Se encontraba mal. No le quedó más remedio, aunque odiaba acudir a los médicos. Además con los años, las consultas se habían burocratizado muchísimo. Primero consulta; luego ronda de análisis; luego recogida de resultados; luego otra vez consulta; de nuevo más análisis; de nuevo especialistas… Comenzaban a ser esas citas facultativas como carreras de fondo de una duración infinita. Pero había que hacerlo, pues comenzó a adelgazar y eso le preocupaba; especialmente porque nunca se había cuidado mucho con las comidas ni con las bebidas. Especialmente con ese whisky que tanto le gustaba y donde él, afirmaba con rotundidad, encontraba siempre una inspiración para inventar una historia.
Precisamente cuando se comenzaba a encontrar mejor –ahora ya estaba seguro que todo había sido producto de ese tránsito ineludible a esa odiada “Tercera Edad” que tenía que aceptar- llegó el resultado: Cáncer de Páncreas en Estado III.
El oncólogo lo citó para el día siguiente. Aquel lugar era frío pero el despacho del especialista era muy confortable. Fue muy cariñoso y comenzó a explicarle lo que sucedía. Él sólo escuchaba algunas palabras sueltas: Tomografía por positrones, marcadores tumorales, estudios bioquímicos. Seguía absorto en otras cosas mientras seguían apareciendo palabras que apenas entendía: ecografía, laparoscopia, biopsia, colangiopancreatografía… No sabía contra que enemigo estaba luchando. No entendía aquel lenguaje. Pero él no estaba dispuesto a perder la guerra; podría perder cientos y cientos de batallas… pero él no iba a perder esa guerra.
El óncólogo le seguía hablando mientras una sonrisa comenzó a aparecer en su cara.
-No dude que en la actualidad tenemos muchas formas de atacar esta enfermedad. Primero habrá que realizar cirugía, y posteriormente valoraremos la quimioterapia o la quimiorradiación e incluso la terapia dirigida. Aunque, hay que ser honestos, el cáncer está muy avanzado no podemos sentirnos derrotados.- y el médico insistió, casi suplicando una respuesta.- ¿Quiere hacerme alguna pregunta?
Él seguía sonriendo. Sonreía ahora con más fuerza. Sonreía casi como si se sintiese alegre, aunque no lo estaba, no lo estaba. Y con toda calma, contestó:
-Esta guerra no la voy a perder.- y con tesón admirable repitió.- No la voy a perder. El cáncer no me va a matar…. Desde luego, el cáncer no me va a matar.
El médico, satisfecho al oír esa respuesta, bajo la cabeza como dudando de tanta rotundidad. Ojalá el pudiera certificarle la veracidad de esa respuesta. Pero tenía muchas dudas de que así fuera. En cualquier caso, esa tenía que ser la actitud. Ojalá todos los pacientes tuviesen esa actitud.
-Pues, haré su volante de ingreso ahora mismo. Mañana tendrá que presentarse en Admisión a las 11,00. Iniciaremos todo el proceso. Y ánimo. Mucho ánimo. Con su actitud ya tenemos mucho ganado.
Salió de la consulta con la misma sonrisa. Sólo se repetía que el cáncer no le iba a matar. Y mientras abandonaba el hospital iba repasando su pasión por la vida, por la gente que amaba, por lo posible y lo imposible, por todo aquello en lo que creía, por ser dueño de sus decisiones y de su futuro. Se encontraba frente al parking donde había dejado su coche. Espero en la acera pues el semáforo estaba en rojo y descendía el autobús urbano que seguramente también acogía en su interior tantas historias singulares como la suya. Historias llenas de vida y pasión. Sueños rotos y aspiraciones por lograr.
El autobús iba lleno y giraba justo en el semáforo para encarar la autovía de enlace con la ciudad. Y justo, en ese momento, cuando llegaba a su altura, un simple par de pasos, un golpe brutal, su cuerpo desplazado a diez metros y la cara completamente desfigurada, rota en mil pedazos.
Era consciente de que la vida se iba pero aun pudo repetirse en su interior que no iba a permitir que el cáncer acabase con él y que siempre sería dueño de sus decisiones. Y que esa guerra la había ganado.
Pronto llegó hasta él una multitud de curiosos y el personal médico del hospital. Cerró los ojos… una luz nueva aparecía en el horizonte… y una leve sonrisa abrió su boca para dejar escapar su espíritu libre. Había ganado.
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