OBSERVANDO

No es tan triste mi situación. Es cierto que no hago ejercicio y que últimamente descuido un poco mi aspecto de divinidad. Pero no sabes lo que satisfago mi gran pasión: cotillear.

Los miro a todos. Desde al amanecer hasta el siguiente día. Veinticuatro horas de vigilancia intensiva. Y la verdad es que no tiene desperdicio.

Es cierto que tanto cotillear y cotillear tiene también sus molestias. Aquellos orines de los que despiden la noche al albor y que descargan las incontables copas, con sus penes casi encogidos por el frío, es de los más desagradable pero también me reconforta la certeza de comprobar que los 13 centímetros de medida es un mito… Un mito enorme y exagerado.

Pero, es imposible negarlo, vivir en Santa Catalina es un privilegio. Dominando toda la Calle de San Andrés, muy cerca del Cantón Grande y en una de las plazas más emblemáticas de la ciudad. Además, no lo puedo negar, sería una falsa humildad callar el dato; debo presumir de ser el más veterano de la villa.

Por eso que no es tan triste mi situación. Satisfago plenamente mi ansia de saber de los demás hasta límites insospechados. El director de esa entidad bancaria que está en la esquina –que tampoco voy a dar más datos- siempre sale, los jueves, acompañado por una chica rubia. Parecen amigos, compañeros de trabajo. Pero recuerdo que la Navidad pasada, entraron los dos de madrugada en las oficinas bancarias y mientras el desconectaba la alarma ella le pasaba la mano por el cuello y el miraba preocupado hacia los lados. Luego entraron. Salieron media hora más tarde y el llevaba mal abotonada la camisa. ¡Que yo me fijo en todo! Lo que pasó no lo sé pero que cada uno saque sus conclusiones.

También vi como discutían aquellos hermanos delante del despacho de loterías por aquel cupón que, en principio, habían comprado a medias. Aquello fue más que una discusión y hubo verdaderas amenazas. Al final, tuvo que acudir –como en tantas ocasiones- la Municipal pero lejos de calmarse la cosa se lio más gorda. Sólo cuando llegó la Policía, la de verdad, porque que nadie se moleste pero los otros no son policías por eso la gente le llama la Municipal, entraron en razón los dos hermanos. ¡Como para no entrar en razón! Uno de los policías parecía un Neanderthal… ese si te suelta una hostia!

Y hablando de bofetadas, he visto muchas y sonadas. Pero desde luego me quedo con la de aquella chica rubia tan atrevida. Es cierto que al principio no me caía muy bien. Tomaba siempre cerveza en la terraza del Sam-Rock y solía llevar una ropa demasiado estridente. Y yo soy un clásico, y a mi edad ya no voy a cambiar. Y eso que intento adaptarme a los tiempos… ¡que remedio!

Pero no quiero dispersarme. Es un defecto que tengo. Comienzo con una cosa y la mente se va a otras situaciones. Debe ser fruto de la edad. Yo antes era muy conciso, claro y determinante. Vaya si lo era. Todo el mundo me escuchaba en cuanto yo me disponía a hablar. Y todos me obedecían. Pero eso ha cambiado tanto… por eso ahora me conformo con cotillerar. La información es poder, no lo olvidemos. Ya me estoy volviendo a dispersar.  O sea, que al grano. Aquella chica no era muy de mi agrado. Y no mejoró nada el día que descubrí su inclinación sexual. Aquel beso de tornillo con el que se fundió con aquella morenaza me dejó de piedra. Nunca mejor dicha la comparación.

No… No me vean como arcaico. Yo nací en una tierra y en una cultura donde la homosexualidad, la bisexualidad y la sexualidad, en general, se vivía como cada uno quería y como se deseaba. Lo que pasaba es que –no sé si a ustedes les sucede, que se intentan imaginar la vida de las personas cuando las conocen- yo le había atribuido otro papel a aquella chica rubia. Incluso le había puesto de nombre Marlén y le había atribuido un marido, marino mercante, y un amante, un imbécil de gafas que a veces la saludaba con mucha vergüenza.  Pero mi historia se fue al traste.

Marlén no era Marlén sino Sara y le encantaba aquella morenaza de piernas infinitas. Y acaso, en sus encuentros repetidos en el bar de la Plaza, fueron perdiendo mi interés, incluso mi agrado. En eso también tengo mis preferidos; por ejemplo, el repartidor de Glovo que siempre deja la bicicleta a mis pies me cae muy bien. Y también tengo que decir que la viejecita Trini, aunque sea una pesada, también es adorable. Debe ser que se acerca a mi edad. Cariño de veteranos.

Pero estábamos con Sara y aquella tarde. Allí estaban las dos tomando unas cervezas. Fue entonces cuando sucedió. Yo no prestaba atención pero sonó más fuerte que los frenos del autobús urbano (por cierto, esto tendrían que hacerlo mirar… lo de revisar los frenos… cada parada del bus son más decibelios que una noche de rock duro). Sonó increíble. Cuando me giré solo vi como aquel mocetón se agarraba la cara. Estaba lo siguiente a roja… Enojada, muy enojada… ella no paraba de gritar:

-Gilipollas… eres un gilipollas.- y lo miraba amenazante, señalándole con el dedo índice.- ¿Te crees más hombre? ¡Tú…. Tú no eres nadie.- y seguía increpándole sin dejarle hablar, casi empujándolo con la mirada mientras él retrocedía.- Ya quisieras que una bollera, como nosotras, apareciera en tu camino… ya quisieras.

Esa bofetada sí que fue sonada. Incluso Reme, la del 2º A, la que vive encima de la frutería, que es de misa diaria y de Rosario en la Capilla Castrense, se acercó a Sara para ponerse de su parte. No hubo nadie que no entendiese a Sara. Aquel día, fue su día… Sonora bofetada. ¡Cuánto bien hace una hostia bien dada!

Por eso os digo que no me puedo quejar. He vivido acontecimientos geniales. La alegría desbordada de San Juan, que para entenderlo en toda su dimensión hay que ser coruñés; las alegrías y las penas inmensas de esa montaña rusa que es el Depor –incluso llegué a ponerme una bufanda-; las noches mágicas de la víspera de Reyes; los otoños inmensos de la ciudad;el misterio solemne de las parejas que juegan a amarse en las noches de estío camino del Orzán…

Pero tengo que reconocer también que no llevo dada bien lo de las palomas. No… no lo llevo bien. Joder… no todo vale. Y comienzo a estar harto.

Lo sé… me he pasado. Esta noche mi tridente la atravesó. Pero estaba volviendo a defecar sobre mi corona. Y no es la primera vez.

Vi la cara de los empleados de limpieza cuando de madrugada pasaron y observaron al animal descuartizado en la acera. Yo seguía con mi gesto adusto e inmutable.

Pero ya aviso… no va a ser la última vez. Todo tiene un límite y hay cosas que una divinidad no está dispuesta a soportar.

 

PD: En la Plaza de Santa Catalina, en la emblemática calle coruñesa de San Andrés, se levanta la fuente de Neptuno, la fuente más antigua de toda la ciudad herculina, seguida de la de la Fama, y que identifica al dios con su corona, su tridente y un escudo donde aparece una de las más viejas representaciones de la Torre de Hércules. Una obra del siglo XVIII, de Domínguez Romay, fue famosa por la polémica de sus caños, y sigue siendo un emblema y símbolo de la ciudad. Y yo, sinceramente, creo que ese Neptuno nos vigila, nos mira y nos observa.

 

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