REVOLUCIÓN EN EL TABLERO

 

-Estoy cansado.- se le veía muy desesperado.- No pienso volver a hacerlo.

Elevaba el tono de voz y sus compañeros lo miraban asustados. Algunos, temblorosos, mientras observaban hacía el fondo de la mesa por si se acercaba alguien.

-¡Siempre tenemos que ser nosotros! ¡Y no estoy dispuesto a consentirlo!

Lo veían venir. Hacía tiempo que aquel peón que pasó de las casillas laterales a las centrales, por el aplomo en sus decisiones, se estaba escorando hacia la desobediencia. Se notaba en su forma de comportarse, en su forma de hablar, incluso en su trato que huía de formalismos. De hecho hasta había trabado amistad con el alfil de Rey…. ¡Todo un atrevimiento!

-Y vosotros.- miraba a sus compañeros con enfado, como intentando convencerlos de un imposible.- Vosotros… nada hacéis. Aceptáis, sin más, que os manejen vuestro destino, sin tomar ninguna decisión.- y giraba sus ojos hacia sus otros siete compañeros que lo miraban absortos.

Los dos peones de Torre mandaban callar. Tenían miedo. Miedo a que entrase el fuerte de la Corte; los caballos, los alfiles, las torres y… sobre todo, la Dama y el Rey.

-Además no entiendo la causa de esta lucha constante. Siempre en lance contra el Bando Negro.- y saltando de escaque en escaque, intentaba inútilmente convencer a sus compañeros.- No os dais cuenta que la finalidad real de todo esto es sacrificarnos para la gloria siempre de los mismos, de los poderosos.

Estaba claro que aquella afición a la lectura del Peón de Rey le había trastornado completamente. Era una osadía lo que estaba diciendo.

-¡Sois unos cobardes!.- miró con desdén a sus compañeros. No los despreciaba, sabía de su temor solemne a alterar el orden establecido, a que dejasen de contar para los soberanos. Ellos, al menos, eran peones y tenían una función –en ocasiones, decisiva- en las partidas. Pero había otros que ni siquiera habían llegado a alcanzar la categoría de piezas. Nunca formarían parte de una apertura española (e4, e5, Cf3, Cg6, Ab5), de un ataque Marshall o de una defensa Steinitz. Ellos, al menos, eran algo. Un engranaje del sistema.

-Pues hoy me negaré… me negaré en redondo a participar. Y estoy seguro que algunos me seguirán.

Todos sabían que el peón estaba hablando de su amigo, el alfil. En las últimas semanas habían intimado mucho, rompiendo todos los códigos del ajedrez. Una pieza, como el peón, que ha nacido para ser sacrificada en pro del éxito de su soberano no puede tener esa complicidad con un alfil que puede llegar a dominar hasta 13 casillas y moverse por la mitad de los escaques, ¡nada menos que 32!

Pero algo había nacido entre ellos. Peón y alfil se habían hecho íntimos. Es verdad que todo surgió de una apertura Ruy López donde los dos fueron sacrificados. Tras el fracaso de aquella osadía dónde, calladas y humilladas, todas las piezas se retiraron en silencio, peón y alfil decidieron reflexionar sobre lo que había acontecido.  Vieron que la estrategia había sido hueca, vacía, inútil y un ejemplo de desidia y de preparación técnica. Observaron que podían realizar funciones más útiles e intercambiaron puntos de vista. Y lo que era imposible, surgió. Se veían por las noches, caminando por los escaques, hablando de movimientos, de nuevos ideales… de revolución. Incluso hubo algún peón que aseguraba haberlos visto muy cercanos, rozando marfil con marfil. Pero eso era una aberración. No se podía concebir. No puede haber más entrega física que la de la Dama al Rey. Los demás son sólo piezas creadas para luchar y combatir, no para amar.

-Pero, no os dais cuenta de que tengo razón. De que acabareis como los anteriores, gastados y sacrificados por tanta lucha innecesaria y sustituidos por nuevos peones igual de ciegos y mudos que nosotros.- Ahora hablaba con cariño y dulzura a sus compañeros, en un último intento por convencerles.- Juntos podemos abanderar un cambio. Es nuestra oportunidad.

Ya se comenzaba a escuchar el rumor poderoso del ejército. Ante el temor a lo que pudiese suceder, habló el Peón veterano:

-Sabéis que tengo más muescas que ninguno de vosotros y que me quedan pocas partidas por jugar. El Rey ya me tiene casi olvidado y me ha colocado sobre Torre de Dama. Pronto seré sustituido por una pieza nueva que está en el molde, limpia, curtida, fresca. Mi vida se escapa y quizás, nuestro compañero Peón de Dama sea un poco loco y demasiado atrevido, y sabe que no me gusta que se haya saltado las normas, especialmente esa estrecha relación con el noble alfil. Soy demasiado mayor para romper ciertos preceptos. Pero quiero escuchar con calma los argumentos de nuestro compañero Peón de Dama. Acaso en algunos temas no esté tan equivocado. Por eso os propongo que hoy, tras acabar el combate, ganemos o perdamos, nos juntemos en asamblea en el tablero e invitemos a la misma a los Peones Negros.

Todos los peones estaban absortos. Lo que menos esperaban era esa reflexión de Peón de Torre. Pero era el más veterano y profundamente admirado y valorado. En muchas ocasiones se había sacrificado para obtener la victoria, incluso en tres ocasiones había avanzado tanto y con tanta inteligencia y cordura que había coronado, proporcionando importantes réditos a su Majestad. Por eso, los ojos de todos volaron de uno a otro; de Peón de Torre a Peón de Dama; de Peón de Dama a Peón de Torre.

Peón de Dama hizo un gesto de asentimiento con su cabeza. Hoy combatiría de nuevo pero, por la noche, intentaría luchar en el más importante de los combates; convencer a sus compañeros para hacer una revolución.

Fue en ese mismo instante, cuando entraron ruidosamente los Caballos. Altivos y grandiosos, imponían respeto. Tras ellos, uno y otro alfil. Elegantes, apuestos… hubo una íntima y cómplice mirada entre el Peón y el alfil de Dama. En esa mirada no sólo había complicidad y entendimiento… había sobre todo, mucho sentimiento.

Tras ellos, las dos Torres. Poderosas, rocosas, casi asustaban con su movimiento. Las dos Torres escoltaban a la Dama y al Rey. Mientras todas las piezas se inclinaban, en señal de respeto, ante los soberanos, la Dama buscaba con la mirada al resto de su ejército. Y lo más llamativo, lo que no pasó inadvertido para el Peón Veterano, es que la mirada de la Dama también buscaba a su Peón y a su alfil, regalándoles una enorme y profunda sonrisa.

Y el Peón Veterano, empezó a entenderlo todo. Entendió porque las tres últimas partidas habían sido derrotas. Entendió porque la Dama acosaba con tan poca insistencia al Rey Negro para darle el Mate. Entendió porque el flanco de Rey se había descuidado de forma atrevida. Y entendió que acaso, en la asamblea de aquella noche, habría muchos más invitados.

Colocado el ejercito Blanco, inició su presentación el Negro. Se les notaba alegres, pero especialmente al Rey Negro, quien sólo tenía ojos para la Dama Blanca, y a la cual le regaló una profunda y elegantísima reverencia. Desde luego, él lo tenía claro; él no quería un Jaque Mate con ella… él quería un revolcón.

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