SIEMPRE HAY ALGUIEN PARA QUIÉN ESCRIBIR (I)


Fui yo, el vecino, quien alertó al portero. Llevaba días y días, y noches y noches enteras, escuchando el traqueteo del teclado. Incluso me había acercado a la puerta y llamado al timbre. Pero ni en ese momento cesaba el golpeo de las teclas. En ocasiones, apenas unos minutos, paraba ese cansino y molesto ruido y se hacía el silencio y la quietud, pero pronto volvía con fuerza y con constancia, incluso con mayor intensidad. Al principio no le di mayor importancia. Es cierto que mi dormitorio coincidía-pared con pared- con el estudio de aquel señor que aspiraba a ser escritor y que sólo publicaba algunos pequeños artículos en semanales y poco más. Era un hombre educado y con unos horarios establecidos, de tal forma que nunca molestaba a los demás. Eso sí, tenía la terrible costumbre de tratar su teclado con una violencia increíble, al menos por el ruido que emitían las teclas. Curiosamente, cuanto más las golpeaba antes acababa de escribir… y pienso que estaba relacionado con la inspiración y el miedo a que esta se escapase.

Solía escribir por las tardes, por lo que yo optaba siempre por dormir la siesta en el salón. Alguna vez, sólo alguna vez, lo había hecho por la noche. Pero eran unos minutos, apenas un instante y luego escuchaba sus pasos abandonando el estudio para ir a su dormitorio.

Pero algo estaba pasando. Al principio pensé que tenía algún encargo y la obligación de entregar sus escritos con alguna editorial. Fue una semana donde todos los días, a todas horas, si entraba en mi habitación escuchaba con insistencia el repique de las teclas golpeadas con una parsimonia y constancia pasmosa y luego ese singular traqueteo de la impresora escupiendo folios. Era mi primera semana de vacaciones y tenía ansia infinita de trasnochar, con lo que tampoco alteró mucho mi ritmo de vida. Hasta era una buena disculpa para salir de casa… y no me hacían falta muchos motivos para la juerga.

Pero estaba acabando el mes de vacaciones y aquella actitud no había cesado. Fue en esos días cuando acudí a su puerta en varias ocasiones.  Timbré repetidas veces pero nunca me abrió. Y ante la desesperación, bajé a ver al portero que se ofreció a comprobar aquella situación. Subimos los dos y volvimos a llamar a la puerta. Incluso la golpeamos con los nudillos, insistiendo –con educación- para que nos abriese. Pero todo fue en vano.

Entonces, con ese juicio y ese porte que adquieren los porteros ante los problemas y que los asemeja a Inspectores de Policía, me dijo.

-Voy a consultar con el Presidente.- y con socarronería me miró, añadiendo.- No con el Presidente del Gobierno, con el vecino de Séptimo B. Si el me da permiso, yo tengo la llave maestra y entraremos.

No sabía yo que el portero custodiaba una copia de la llave de cada vivienda. Pero era lógico. Todos los apartamentos de los primeros pisos eran alquilados. Solo eran dueños de las viviendas los de los pisos superiores, por lo que –para evitar sorpresas de “okupas”- la Inmobiliaria tenía depositada una llave en la Portería para ejercer el control sobre las viviendas en alquiler. Ahora, sabiendo esto, tendría que ser algo más amable con el Portero y regalarle de vez en cuando una botellita.

La cita con el Presidente era sólo para “altos funcionarios”, por eso al salir del ascensor el Portero me dijo:

-Quédese aquí, que en seguida hablo con el del Séptimo y le comento.

Fueron unos minutos. En seguida regresó y junto a él, ese señor ancho y fuerte, casi calvo, que solía ir acompañado por una mujer muy “glamurosa”.

-Por los pelos, por los pelos.- la expresión no era muy acertada saliendo de su boca y observando su cabeza desnuda.- Me habéis cogido por los pelos. Pues ya nos íbamos ahora para Sanxenxo a pasar estos últimos 15 días. Tengo unas ganas locas de coger el barco y salir a navegar.- venia dispuesto a resolver este problema en un momento.

-Bueno, vayamos allá.- tenía una disposición y mando con jerarquía. Se notaba que su cargo en el Banco le valía para algo.- Acerquémonos primero hasta su dormitorio para certificar que ese ruido es constante y luego, de ser el caso, llamaremos para que nos abra o ejecutaremos la apertura.-ciertamente hablaba con disposición, como un general guiando a la tropa. A su lado ejerciendo de Comandante, el Portero… yo era simplemente, la tropa rasa.

Al entrar en mi dormitorio fue fácil escuchar la constancia del ruido. Los golpes en las teclas y el rumor de la impresora. No es que fuera un estruendo, pero la constancia del sonido casi se convertía en zumbido imposible que dificultaba cualquier otra consideración.

Es por ello que nos dirigimos a la puerta. Primero, el del Séptimo, ejerciendo ya con completa maestría, nos apartó con un gesto como indicando que debía ser él quién llamase al timbre. Lo hizo tres veces subiendo en intensidad en cada llamada (supongo que tendría interiorizado que ese es el procedimiento establecido en no sé que extraña norma consensuada). Actuó de la misma forma llamando con los nudillos. Pero la puerta no se abrió.

Entonces, con tono rotundo -para eso era el Presidente-ordenó al portero:

-Ramón. Ejecute la apertura.- parecía que estaba ordenando un pelotón de fusilamiento.

La llave giró sobre la cerradura y se abrió la puerta. La primera impresión que tuve fue de un fortísimo olor, un cierto desorden y el traqueteo ahora más fuerte y más cercano. Allí, al estudio, nos dirigimos los tres y cual sería nuestra sorpresa. En aquella estancia, los papeles se acumulaban en el suelo. Cientos y cientos de folios impedían ver el suelo. Folios llenos de historias, de relatos, de poemas, de frases. Y frente al ordenador, con la mirada fija en la pantalla, aquel señor que aspiraba a ser escritor y que estaba casi irreconocible. Delgado, con barba de muchos días, pálido y que exhalaba un hedor terrible.

No fui capaz de acercarme a él. Supongo que el Presidente, por esto de sus aires de general, algo le dijo y se dirigió hasta la mesa donde estaba, pero al intentar tocarlo recibió un golpe intenso del escritor quien, al momento, volvió al teclado para seguir escribiendo.

-Está loco. Usted está loco. ¿No se da cuenta de lo que hace?.- gritó el Presidente desde el suelo.- O para usted o llamaremos a la Policía.

Pero el escritor no hacía el menor caso. Continuaba con la mirada fija en la pantalla y seguía y seguía escribiendo.  Simplemente, para él, no estábamos allí. Sólo, advertía cambiar sus ojos para dirigirlos de forma ocasional hacía un papel que tenía pegado encima del ordenador, y donde estaba impreso un correo electrónico donde se leia lo siguiente:

No creo que haga daño a nadie que me mandes lo que escribes. No sé que te está pasando por la cabeza. Pero está visto que no puedo alabarte a ti ni a las cosas que haces, porque cada vez que lo hago te vuelves distante conmigo. Vas a tener razón en lo que me decías ayer; voy a tener que ser más comedida con mi corazón pues parece que no está bien visto tener sentimientos ni demostrárselos a la gente que quieres”….

 

Luego sus ojos regresaban al teclado y se escuchaba un murmullo casi agonizante:

-Escribo para ti… siempre escribo para ti…

Tardamos tiempo en resolver el asunto. Mientras el Presidente miraba su reloj y maldecía:

-Imposible. Hoy va a ser imposible que me marche a Sanxenxo. Siempre tiene que ocurrir algo.- y al tiempo le sonaba el móvil, escuchando la voz de su mujer.- y ¿Qué quieres, Conchi? ¿Qué quieres? Es mi responsabilidad, para algo soy el Presidente…. Si, tranquila, ya está aquí el SERGAS… que si, tranquila… va a venir una Unidad de Salud Mental… creo que tendré que firmar yo el ingreso…. Si, tranquila, también está la Policía Local… pero tu no comentes nada, a ver si ahora van a pensar que vivimos en un edificio de locos.

 

Finalmente se lo llevaron mientras musitaba ya casi sin fuerzas “escribo para ti”. El portero nos invitó a todos a salir pero antes ordenó un poco el piso y abrió las ventanas para airearlo. El presidente le dio las últimas instrucciones que consistían simplemente en una frase:

-Bueno, tenme informado. Yo me voy que aun, con un poco de prisa, llegamos a cenar al barco. Y así no tengo que escuchar a Conchi… Pero tenme informado.

Me quedé a ayudar al portero y al recoger los cientos de folios que estaban por el suelo vi uno con nombre sugerente que se titulaba Noelia y donde describía a una joven con cientos de calificativos hermosos. Lo recogí y lo metí en mi bolsillo.

Aquella noche, pese a reinar la tranquilidad, me fue imposible conciliar el sueño. Mi cabeza volaba recordando la figura de aquel hombre mayor convertido en una quimera loca por transmitir lo que no era capaz de decir. Fue entonces cuando me acordé del folio que había guardado en el bolsillo del pantalón. Me levanté para cogerlo y me puse a leer lo que allí estaba escrito. No sé quién sería Noelia. Estaba claro que no era ni su mujer, ni su amante, ni su novia pues se refería a ella alabando la inmensa fortuna de los que la rodeaban, entre los que él no estaba. Y la describía con tanta admiración, con tanta intensidad, con tanta devoción que, imagino, era un ideal, un sueño, un imposible que él había creado para describir la perfección.

Volvía a mi dormitorio. Intenté cerrar los ojos y descansar. Era imposible. Y eso que el silencio era infinito.

De pronto, no sé ni cómo explicarlo, me levanté. Abrí mi portátil y me puse a escribir. A escribir sin parar sobre un viejo loco que soñaba con ser escritor y que me parecía un tipo apasionante.

 

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