NOELIA

I

 

En nada se parecía al de antes. Desde la muerte repentina de su mujer los años se le habían caído encima como un huracán destroza el paisaje. Ella no tenía que haberse ido antes. El destino no entiende de razones y además es ingrato. Ahora apenas hablaba, casi no se movía, llevaba unas gafas oscuras que tapaban la luminosidad –pues decía que el sol le molestaba, aunque apenas salía- y no se relacionaba con nadie. Su entorno familiar estaba ciertamente preocupado. Y de pronto, pues las desgracias no tienen aviso previo, un día sucedió. Una llamada telefónica urgente, un aviso médico, una urgencia… Se había caído al llegar al portal, encontrado por los vecinos… El señor David había sufrido un derrame….

                                                                                              II

Desde aquel día dejó de sonreír. Los médicos aseguraban que no había sido tan grave. Que le iba a costar moverse y que seguramente tendría dificultad para controlar los esfínteres. Pero eso era para él la muerte. Sus hijas se habían empeñado en cuidarlo. Decidieron dejarlo en casa y le pusieron dos enfermeras que se turnaban para atenderlo. La verdad es que eran muy cuidadosas y delicadas, pero no soportaba observarlas cuando lo tenían que limpiar o, lo que es peor, cuando le tenían que cambiar el pañal nocturno pues ya no era capaz de mantenerse limpio por las noches. Él no hubiese querido esa vida… pero sus hijas no querían perderlo pues tenían la esperanza de mantener aún viva la dulzura de la mirada que, en ocasiones, iluminaba la habitación como si fuera un resplandor de la vitalidad de antaño.

 

III

Aquel día habían decidido bajarlo en la silla de ruedas a tomar un vino en la Calle Compostela. Siempre fue muy coruñés. Y siempre fue muy de los vinos. Llevaba días sin hablar, sin apenas mover los ojos y su hija, entre lágrimas –sabiendo que su padre se le escapaba- le suplicó que bajase con ella a la Plaza de Lugo. Y allí estaba en la terraza, una mañana de agosto, y como tenía que ser, con un vino en la mesa. No era capaz de coger la copa; las manos le temblaban mucho. Y su hija, pendiente de él, le acercó la copa a los labios mientras él bebía. Había algo de grandeza en aquel gesto, en aquella relación, en aquel momento. Padre e hija se sentían cercanos, aunque la mirada del anciano seguía sin fijarse en nada. Hacía calor… mucho calor… y llegó su yerno a la mesa. Se sentó al lado y empezó a hablarle de fútbol. Él apenas le miraba. Los ojos se iban hacía la multitud que esperaba paciente cruzar el semáforo de Juana de Vega… Una multitud de gente anónima… una multitud de figuras… una multitud de seres… se sentimientos… de vidas…

Y de pronto se rompió el silencio… Noelia… se escuchó gravemente… Noelia. Su hija le preguntó:

-¿Qué dices papá?.- mientras le miraba con ternura y le cogía la mano.

El volvió a repetir: Noelia….

-No te entiendo papá.- mientras sus ojos se giraban hacía donde miraban los ojos de su padre. Pero ya la multitud se había fundido por las calles cercanas y un sinfín de personas se cruzaban por todos lados.

 

                                                                                              IV

La gente avanzaba subiendo la Plaza de Lugo hacia Juan Florez. Una pareja, formada por una chica joven, delgada y muy guapa y por una mujer mayor –igual de elegante- se acercó hasta un chico de traje que las esperaba en la esquina de la Iglesia de Santa Lucía. De pronto, la señora se giró, se detuvo bruscamente, como si se sintiese observada. Los dos jóvenes la cogieron del brazo, pero ella no se movía.

-Señora Noelia, no quiere usted concederme el privilegio de acompañarla en su paseo.- le dijo el chico mientras la agarraba por el brazo.

Le miró. Con dulzura le aparto la mano. Y volvió a mirar hacia atrás, pero era incapaz de reconocer que había pasado.

-Ya sabes que odio que me digas señora Noelia. Me haces más vieja de lo que ya soy.- le contestó sonriéndole.

Le parecía un buen chico y estaba muy pendiente de su hija. Muy pendiente. Le había ayudado a asentarse y además era alegre y divertido… y guapo. Muy guapo.

-Esperad un momento.- volvió a insistir. Y se quedó como aspirando el aire del entorno.- Esperad.- y sus ojos volaban a cada rincón en una búsqueda tan inútil como esperanzada.

-No sé, me estoy volviendo vieja. No sé como me aguantáis… Anda llevadme a tomar un café.- y cada joven la cogió de un brazo y ascendieron la calle hasta la terraza del Siboney.

 

                                                                               V

Aquel día, David fue más manejable. Comió bien y hasta sonrió en alguna ocasión. No le puso mala cara a la enfermera cuando llegó la noche y, como en tantas ocasiones teniendo que asesinar su pudor, le puso el pañal nocturno. Incluso le miró a los ojos con la dulzura de antaño. Su hija le acarició y el respondió a sus caricias.

Y con un hilo de voz le dijo:

-Gracias.

Ella tenía ganas de llorar pero él sonreía, sonreía como hacía tiempo que no lo hacía y añadió:

-¡Qué guapa Noelia!

Ella volvió a sonreir preocupada por el desvarío de su padre que pensaba que ya no reconocía su nombre, pero el insistió:

-¡Qué guapa Noelia!

Aquella noche durmió con una placidez infinita. Como si hubiera alcanzado el paraíso.

Cuánto bien le hacía salir a los vinos.

 

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