SEGURIDAD
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03 de diciembre
Hoy he vuelto a visitarla. Hace una semana que salió del hospital y tenía urgencia por verla. Mi mujer, Eva, me ha animado a hacerlo
Sé que al principio no le agradaba nuestra amistad. Incluso le producía desasosiego y zozobra. Hubo momentos en los discutimos por ese tema. Ahora entiende que tengo con Susana una química especial. Que hay conexiones mágicas y poderosas. Y que mi profunda relación de amistad con ella mejora nuestro matrimonio. Es cierto que prefiere mantenerse al margen. En ocasiones, incluso creo que prefiere no preguntar, pero creo que entiende que el corazón es demasiado sensible como para ponerle límites.
Hoy he ido a verla. Es viernes. Hace mucho tiempo que no la veo. El tiempo de hospitalización en Madrid nos ha impedido mantener un contacto estrecho y además ella siempre lo ha impedido. Siempre ha sido muy celosa de su intimidad personal. Como si prefiriese que nadie la observase débil y fugaz. Ella no ha nacido para sentirse así.
Al salir del trabajo me acerco hasta su apartamento. Y la sorpresa, la maravillosa sorpresa, es que me recibe con una extraordinaria sonrisa y un aspecto genial. Hace una tarde preciosa y me sugiere que paseemos. No para de hablar. De preguntarme por mis hijas. Quiere saber y que le cuente. Pero sobre todo quiere saber si yo estoy bien, si soy feliz, si todo va transcurriendo con normalidad.
Nos sentamos a tomar algo en una terraza frente al arenal del Orzán. Sigue hablando y hablando. Es feliz. O al menos a mí me lo parece.
El tiempo vuela. Son casi las 8,00 de la tarde y la acompaño de nuevo a casa. En el portal me abraza fuertemente, con esa fortaleza inmensa que parece recuperar. Un abrazo infinito de oso. Y me hace prometer que voy a ser feliz. Le pido que se cuide y que me llame si necesita algo. Me sonríe.
He vuelto a casa. Por el camino he recogido a mi pequeña Carmen. Hoy tenía teatro. Le encanta el teatro. Llegamos a casa y nos ponemos a hacer una pizza juntos. Pronto llegará Eva que ha ido a coger a Arancha a patinaje.
Mientras cocino y Carmen se baña, estoy escribiendo estas líneas. Le aseguré en muchas ocasiones que todo va perfecto y que estoy bien. Me ha regalado muchas miradas llenas de amistad y cariño, asegurándome que ella también está bien. Estoy contento, muy contento. Hoy la he visto y la he visto sonreír.
10 de diciembre
Ayer Carmen me preguntó porque tengo tanta manía por escribir. Le he dicho que no es una manía, que es algo distinto… una afición, un desahogo, una sensación gratificante. Ella insiste en que es una manía.
Al poco tiempo ha vuelto y me ha vuelto a preguntar porque escribo en libros distintos. He sonreído… y la he abrazado y he intentado explicárselo pero me ha mirado como si yo fuera muy raro.
Es cierto, escribo diarios distintos. Tengo un diario de familia, un diario del trabajo, un diario de mis tardes de rutas por el monte, un diario de los viajes, y un diario de Susana. Al escribir me pasa igual que al comer; necesito tener los sabores separados, los ingredientes en el plato en diversos lugares, y hacer uso de ellos tal y como me apetecen.
En el diario de Susana es en el que ahora estoy escribiendo. Desde que nos conocimos y nació nuestra amistad, comencé a escribir todas las sensaciones que aparecen. No sé porque estoy explicando esto. Yo ya sé para que me vale este diario pero supongo que hoy tengo ganas de justificar la razón por la que escribo.
Hoy me ha mandado un mensaje. Hoy no vamos a quedar para tomar café. Le he dicho a Eva que vayamos a pasear por la tarde. Me ha preguntado si no iba a visitar a Susana. Le he dicho que no. No me ha preguntado nada más. Me ha dicho que la recoja al salir del trabajo.
Cuando la esperaba en el coche la he visto llegar. Eva es guapísima. No entiendo que me haya escogido a mí entre tanto pretendiente. Hemos paseado y hemos recogido a las niñas. Hoy toca cena basura. Es viernes. Reímos mucho con los chismes de adolescente que nos cuenta Arancha. Ha sido una tarde preciosa. Acaban de acostarse las niñas. Sé que hoy voy a amar a mi mujer. Con pasión. La deseo como un adolescente. Pero quería escribir en el diario que me falta el café con Eva. Ese café es mucho más que un café.
17 de diciembre
Me ha recibido con una sonrisa grandiosa. Me ha asegurado que jamás se ha encontrado tan bien. Tenía puesta música en casa. Sonaban los Hombres-G. Y no paramos de reír con aquellas canciones.
Le he dicho que creo que Arancha tiene un chico. No me atrevo a decir novio. Eso me cuesta mucho. Me ha reñido y se ha reído de mí. Incluso le he enseñado una foto de Arancha en una fiesta en casa y me ha señalado que hay varios chicos que la miran. Yo no me había fijado… pero es cierto.
Noto en ella una alegría indescriptible. Infinita. No para de sonreír.
Cuando me voy, vuelve a cogerme las manos y me recuerda que volverá en enero… no quiere decirme a donde va en Navidades. Me abraza, como siempre con ese abrazo que tanto me reconforta, que tanto me aporta, que tanta energía me proporciona, que tanto afecto y cariño me regala. Me abraza de forma muy especial.
Tengo la sensación que la sonrisa, esa enorme sonrisa, es falsa. Y que algo me esconde. Pero prefiero quedarme con esa sonrisa mentirosa que esconde no sé qué realidad.
Llego a casa. Eva está haciendo la cena. Le besó en los labios y me pregunta por Susana. Le digo que parece completamente recuperada. Sé que se alegra. Sé que en el fondo ella entiende que esa química especial es hermosa y nos hace a todos mejores.
Pregunto por las niñas, y me dice que Arancha duerme con una amiga y que Carmen está en su habitación escribiendo la carta de Papá Noel.
Voy a ver a Carmen. Está tendida en la alfombra coloreando su carta de regalos. Le pregunto por Papá Noel y me dice que le ha pedido cuatro cosas. Le sugiero que a lo mejor Papá Noel no se acuerda de traerle todos los regalos, que él tiene muchas cosas en la cabeza. Y de pronto me mira de una forma muy especial, casi enfadada. Y me repite muy despacio:
-Papá, tu no sabes que Papá Noel como los Reyes Magos lo ven todo, lo saben todo y lo pueden hacer todo.
Después, como si ya me hubiese aclarado una obviedad, vuelve a colorear el papel.
Es cierto… a veces, hay mentiras que es mejor creer toda la vida pues nos dan muchísima seguridad.
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