UNA EXTRAÑA SENSACIÓN

 Desde que ayer echó de su caravana a Daniela, la joven bailarina ucraniana, siente una extraña pesadez sobre sus hombros.

Ella tiene que entender que él es la estrella de la función y que lo suyo fue solo un flirteo. Además para consolarse si quiere puede acercarse al puñetero clown, con su histriónica peluca roja y su nariz redonda y brillante. El no deja de regalarle flores todas las mañanas desde que ella se incorporó al circo. Se ve a todas luces que bebe los vientos por ella. Y un consuelo es un consuelo.

Debe centrase en la función. Hoy es el gran día. 

Respira hondo en lo alto de la plataforma. El bullicio del público se apaga detrás de un zumbido grave, como si todo los asistentes ansiasen su actuación. El gran número.

Se frota las manos en el polvo blanco, pero el sudor sigue resbalando por sus dedos. 

Algo en el aire pesa distinto y las luces que iluminan la carpa parecen mostrarse más cegadoras. 

Sube los escalones del trapecio. Sacude la cabeza. Sabe que no debe pensar. Está preparado para el espectáculo. El debe hacer lo que corresponda a una estrella. Solo saltar. Volar.

Un, dos, tres… gira en el aire, y planea en una tirabuzón hacia el primer trapecio que agarra con seguridad. Nuevo giro sin descanso y un segundo trapecio.

Escucha los aplausos y los suspiros de admiración. Sabe que esta dibujando fantasía sobre el aire.

Doble voltereta y una nueva barra.

Observa como los ojos de la multitud se abren, asombrados, para fijarse solamente en él. 

Se impulsa. El vacío lo recibe, lento, interminable, mientras una triple acrobacia arranca una ovación atronadora.  Estira los brazos, espera la barra que siempre lo sostiene. El mundo se detiene, y por un instante, piensa que esa extraña inquietud era un sinsentido. 

Entonces ve la cuerda cortada y una barra que nunca regresará... y al fondo... escondido entre las cortinas de la carpa a un payaso, cruelmente sonriendo, que sostiene unas tijeras en la mano.

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