LENA

 

LENA

Acabo de llegar a la playa. El día se ha comportado adecuadamente y hace un sol extraordinario que no agobia pero que regala una infinita sensación de bienestar. Nadie diría eso al amanecer, cuando el cielo, encapotado, amenazaba con descargar agua a raudales.

Es primera hora de la tarde. El arenal del Pedrido está casi desierto. Supongo que la sorpresa del sol radiante ha engañado a muchas personas que, en este momento, estarán arrepentidas de no haberse escapado de casa. El hogar, a veces, se convierte en la peor de las cárceles.

Algunas parejas en lugares distantes (¡qué bonito es el amor a los 20 años!), ancianos paseando por el agua, alguna señora solitaria leyendo un libro… y cerca del muro que acompaña al puente, salvando la ría, unos abuelos con sus nietos.

Decidimos situarnos allí. Cerca de ellos. No es que deseemos la vivacidad de los niños, pero es la zona más resguardada y, aunque el sol calienta con generosidad, la brisa también se siente en la piel. En Galicia nunca hay verano si no hay brisa.

Sillas, toallas, y nos tumbamos... Intento abstraerme de todo y sólo quiero dormir, descansar, imaginar un imposible, pensar en algún recuerdo hermoso, abstraerme mientras el sol acaricia mi cuerpo y cerrar los ojos y soñar… soñar…

 

II

Todos los que hemos tenido niños sabemos de su inquietud. Pero hay algo en la voz de esa niña que me cautiva. No la estoy mirando. Sigo soñando, protegido en mi silla, con las noches inmensas del verano que parecen no tener fin y con una larga conversación siempre inconclusa en mi mente.

Pero el rumor de la niña no para de llamar mi atención. Juega con su hermano, mayor que ella, y sus palabras se escapan al aire esclavizando mi atención.

-Vale, me escapo. Pero tu no puedes correr rápido.- le escucho decir.

No sé si es la ternura de su voz o la filosofía del mensaje (“correr rápido”), pero ya sé que no voy a dormirme. Sé que voy a estar atento a todo lo que diga esa niña que su hermano se empeña en llamar “Lena”, aunque sus abuelos le insisten en llamar “Elena”.

-Pero si me coges prisionera, no me puedes gritar alto.- de nuevo escucho su razonamiento, condensando en su sutileza la grandeza de lo imposible.

Giro la cabeza y los veo; a los dos. Apenas un par de años los deben separar. Ella no llegará a los cinco años, el seguro que acaba de entrar en Primaria. Y ella sigue insistiendo mientras dibuja en la fina arena, con su diminuto pie, una cárcel imaginaria.

-Para meterme dentro, tengo primero que salir fuera.

No hay más verdad que la que acaba de citar. Toda el razonamiento filosófico a lo largo de la historia se podría resumir en esa sentencia. Todos hemos creado espacios a los que queríamos llegar pedro necesitábamos primero alejarnos, intentar buscarlos, como si no fueran objeto de nuestra vida

Sonrío. Medito…Pero lo mejor está por llegar. Cuando acaban de decidir todas las reglas del juego, ella le dice a su hermano mayor:

-Y si me agarras para cogerme como prisionera, no me puedes tocar.

Y el hermano, absorto, la mira, entre el asombro y la admiración.

 

III

Cuando me fui de la playa, la observé un momento. En silencio. En sus ojos –llenos de vida y entusiasmo- y en su sonrisa infinita, y en la dulzura de su voz, y su figura de duende, condensaba toda la sabiduría del Universo.

Y, aunque el abuelo seguía insistiendo en llamarla Elena, yo me di cuenta que ella iba a ser siempre “Lena” y que iba a decidir su futuro, iba a establecer sus normas e iba a ser capaz de comprender lo imposible. Todas las mujeres nacen para ser especiales. Pero algunas para ser grandiosas y excepcionales. Lena va a ser una de ellas. No tengo la más mínima duda.

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