AMOR DE HIJA
La abracé. Todos nos miraban. Mamá no paraba de llorar. Y tras el funeral en el mismo tanatorio preferí insistir en que nos dejarán solas para el momento de la incineración. Luego, tras la presencia formal en el proceso, fuimos acompañadas hasta la sala funeraria para la despedida. Los pocos que quedaban admiraron, una vez más, mi decidida fortaleza para soportar el dolor y ayudar a mi madre, que se apoya en mi como su último refugio.
Solo un único momento desagradable. Cuando mi tío Nacho se acercó para susurrarme al oído que mientras viva mamá el dinero nunca entrará a raudales. Siempre ha sido un bocachancla. Y además apestaba a alcohol. Seguro que no ha salido de la cafetería en toda la tarde.
Aunque el dolor de una pérdida nunca tiene consuelo todo ha salido muy bien, salvo la estúpida idea de mi padre de coger el martes el coche de mamá para ir a trabajar. Lo de los frenos rotos no estaba preparado para él. Ahora tendré que idear algo nuevo para mamá.
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