SIEMPRE SALE EL SOL

 La tarde caía. La ventana mostraba el cielo gris y la lluvia mortecina que, monótona y húmeda, caía sin cesar. La jornada no había regalado momentos para el gozo, ni una sola ocasión para la sonrisa. 

Semejaba que el destino se empeñaba en golpear con crudeza inusitada, repetidamente, su espíritu agotado y mustio.

La vida, banal y áspera, se le escurría por momentos.

Quiso cerrar los ojos y desaparecer... en silencio... irse al compás del último haz de luz... morir con la agonía del día.

Y fue entonces cuando lo entendió. 

Siempre tras la oscuridad, por muy apretada que sea la noche... siempre acaba saliendo el sol. Y con el sol, la grandiosidad de la vida.  Siempre la grandiosidad de la perfección.

 

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