IMAGINACIÓN

 Fue la época que más hablé con él, Aquellos últimos meses en la residencia. Le gustaba que llevase su silla de ruedas hasta la palmera que presidía el jardín y, bajo su sombra, y siempre maldiciendo de "esa panda de viejos que me rodea",. comenzaba su retahila de historias,

Yo creo que casi no me conocía. La demencia le había aparecido muy joven y avanzaba rápidamente, pero sé que le resultaba grata mi presencia, pues luego se mostraba huraño y cabizbajo con todos los demás. 

Entre algún pitillo que fumaba a escondidas y que me obligaba a traerle bajo la amenaza de "excomunión", atribuyéndose fuertes lazos con la Curia Vaticana, me hablaba de la Antártida y los pingüinos, me relataba historias de una reserva de pieles rojas; en ocasiones me contaba como vivían los Kawahiua en Brasil y como -ofreciendo su desnudez- saludaban cada amanecer las aguas bravas del poderoso Amazonas; saltaba del Muro de las Lamentaciones en Jerusalem que ,aseguraba con una rotundidad imposible de contestar, conocía de su época del Kibutz a las grandes cumbres del Himalaya cuando enseñó a hacer empanadas a unos monjes tibetanos con los que aseguraba había compartido un  largo invierno.

Tengo que confesar que eran imaginativas, muy imaginativas sus historias, y que me cautivaba la capacidad creativa que poseía para adornar tanta ensoñación. Porque siempre fue un fabulador. Yo lo conocí diez años antes, en mi consulta de psiquiatría, a donde acudía con fuertes depresiones y donde ya destacaba por imaginar mundos irreales que le permitían huir de su realidad. Por eso, esas últimas tardes, cuando su ingenio volaba para pintar horizontes increíbles fueron un regalo para mí. Aunque todo fuese mentira, aunque todo fueses desmanes y desvaríos de quien escapaba la cordura y la sensatez.

El final fue irremediable. La enfermedad avanzó con tanta rapidez que aquel verano ya no hubo más tardes. No llegó a saludar el otoño. Los primeros días de septiembre obligaron  su traslado a Intensivos. En menos de una semana se certificó la defunción.

De todo ello fui conocedor a través la Residencia donde estaba acogido. Me comentaron que había dejado escrito que le incineraran pero que un familiar había reclamado sus cenizas y que le harían un funeral quince días más tardes.

No lo dudé. Nadie me había hecho disfrutar tanto con la posibilidad de soñar e imaginarte el mundo. Aquella capacidad creativa para tejer historias increíbles... Me trasladé hasta aquel pueblo que desconocía para asistir a su ultima despedida. Al girar el frondoso robledal que escondía la iglesia parroquial observé un espectáculo inimaginable; mezclados con algunos paisanos, un hombre vestido de cuero marrón, con la cara pintada, mocasines en los pies, un collar de huesos colgado de su pecho y un enorme penacho de plumas de vivos colores... pero el Sioux era lo de menos; a su lado un rabino con su traje neghro y su sombrero con las clásicas coletas tziziot; algo más alejado un inuit acompañado de su trineo de pieles y coronado por ochos soberbios huskies; y un pelado monje tibetano; y un árabe con su impoluto thawb blanco y el tradicional arab Keffyeh cubriendo la cabeza.... y a la puerta de la iglesia una docena de maorís que cautivaban todos los ojos mientras bailaban su tradicional Haka...


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