VERDAD, BESO O ATREVIMIENTO
Los sábados de aquel verano fueron especialmente asfixiantes. El calor reinaba en la plaza del pueblo y la película, que proyectaba la Asociación de Cine Forum, no comenzaba hasta que llegaba la fresca con el comienzo del anochecer.
Eramos muy jóvenes. Ansiosos de vivir y necesitados de experiencias. Y aquel pueblo, apartado de todos lados, no era el mejor escenario para satisfacer nuestras anhelantes aspiraciones.
Deseaba con urgencia que llegase septiembre pues, por fin, me iría a la ciudad a estudiar. Diecisiete años esperando. Yo pensaba, en aquel momento, que ya había pagado un precio demasiado alto por ganarme mi oportunidad para huir, para escapar de aquel tórrido lugar abandonado a la vida y a la experiencia.
Nada parecía atarme. Ni tan siquiera Andrea, aquella chica con la que había compartido pupitre y aspiraciones durante muchos años y que, para mi, representaba también la frustración del pueblo. Ese deseo por conseguir algo que allí era inalcanzable. Ella siempre tan bella, tan especial, tan distinta... y siempre tan alejada de mí.
Era agosto. El sol había apretado todo el día y al anochecer, nos juntamos todos los jóvenes esperando y disfrutando del día que moría antes de que comenzase la película. Era un ritual propio del final del verano, escondidos todos en el patio de la señora Edelmira. Todos habíamos bebido un poco, o quizás algo más.
Con la última botella de Vodka, vacía ya, decidimos jugar a "Verdad, beso o atrevimiento". La botella giraba sobre la tierra mientras fumábamos y nos reíamos.
Yo miraba de soslayo a Andrea pero ella parecía ignorarme, aunque cuando le tocó girar la botella puedo afirmar que deliberadamente hizo que parase frente a mí. Me preguntó... mirándome fijamente a los ojos, que escogía. Sabía que si escogía beso tendría derecho a rozar sus labios, a sentirla. Eran las reglas del juego. Y ahora creo sospechar que deseaba que lo hiciese.
Escogí verdad. Y de nuevo, como si me estuviese dando una segunda oportunidad, me pregunto como acercando su cara a la mía:
-¿Existiría alguien que te pudiese cambiar de opinión para no irte del pueblo a estudiar a la ciudad?
Era verano. Un calor asfixiante. Aquel lugar siempre había sido un escenario de derrotas y vacío de oportunidades.
-Puede que quizás tu.- afirmé con rotundidad.
Y ni tan siquiera sé que película proyectaron. Andrea y yo acabamos revolviéndonos en el olivar grande.
Han pasado quince años. Trabajo en la almazara de sol a sombra. Tengo tres hijos y Andrea ha engordado y perdido el encanto que tanto deseaba poseer.
Sigo atado a este pueblo y cuando observo marchar el autobús de la ciudad los lunes y los viernes me maldigo por haber jugado a "verdad, beso o atrevimiento".
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